El 15 de marzo de 1559 era llamado Fray Juan de la Peña por los inquisidores Vaca, Riego, Guijelmo y González, para hacerle entrega de un pliego de papel con catorce proposiciones que había de calificar teológicamente. No se indicaba su procedencia ni el nombre del autor. Las primeras se referían a los problemas de la fe y la certeza de la gracia; otras al tema de la oración y a puntos tocantes a la iglesia.
Eran textos de Carranza. Lo descubrió Fray Juan de la Peña, y lo dijo al final de su censura, lo que no debió gustar a los inquisidores.
Fray Juan acopia los múltiples sentidos de que son susceptibles las frases sometidas a censura y trata después con finura teológica de recoger los textos paralelos análogos de la escritura y de la tradición patrística que permiten una interpretación ortodoxa.
Actitud más comprensiva y razonable que la que adopta el censor frente a la rígida y absurdamente literalista de los jueces inquisidores.
“Desasir las proposiciones de su contexto hace que parezcan falsas sin serlo”
“digo yo que por estas proposiciones, aun desnudas como aquí están, yo no osara por buena conciencia tener la persona por sospechosa; y visto en su proceso no sólo no me queda mala sospecha, sino que constará por el mirado todo, que quien las ha dicho es persona muy católica y sincera en la vida y fe cristiana y unión de la santa iglesia católica romana”
No son bien recibidas por el tribunal las deposiciones favorables al arzobispo: evidencia esto la endeblez teológica y formal de la acusación.
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