Cómo no admirar a mi inmediato superior. El camarada Uguin cuando apareció en mi vida clandestina en Dallas ya sabía todos mis contactos establecidos así como todos los pasos que había dado, y me reconvino en mis defectos que yo asumí, e hice la autocrítica adecuada. Cumplí mi misión conforme se me había encomendado y tenía todas las relaciones debidamente imbricadas: en los sindicatos del transporte, en la sociedad y entre los tontos útiles que pululan por ahí. Apareció, como siempre sin aviso, el Camarada Uguin: aunque siempre lo percibía de antemano por la sensación de frío que me invadía, y al rato, aparecía él. Evidentemente frío, evidentemente huraño, evidentemente algo había tramado. Cuando intenté darle el informe verbalmente me ahorró el trámite con una simple intuición: el revolucionario cerebro del camarada Uguin simplifica los conceptos a su mínima expresión, lo necesario para la causa, y no desperdicia energía en elucubraciones ni conceptos. No me dejó acabar mi informe verbal por quintuplicado, simplemente me conminó “Me gusta la cabeza de Oswald. Es fácilmente identificable a la distancia” con lo cual tan sólo tuve que memorizar (por quintuplicado) las órdenes precisas e inmediatas así como mi plan de fuga y cambio de destino. Es muy considerado hacia mí siempre el camarada Uguin, y agradezco sinceramente que me haya impuesto el acabar mi afán revolucionario con tiempo suficiente para irme de éste templo del capitalismo fascista antes de que llegue el enemigo: el jefe de los capitalistas opresores.
Dejaré adecuadamente preparado y con certeza revolucionaria al camarada elegido para que cumpla su misión sin dilación, duda, ni titubeo. Si el elegido lo es por su cabeza refulgente, cumplirá su misión sin dudarlo: mis esfuerzos serán implacables, y hará lo que el camarada me ha ordenado que le ordene, sin dilación ni duda. Oswald, L.H. nunca sabrá que ha sido un tonto útil para el camino inevitable al socialismo.
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