En Severnaya, en la Lubyanka, en las pocas ocasiones que estaba a solas en el koljós “Noches del ártico” con él, el camarada Uguin, cuando daba por finalizado el proceso de reeducación solía quedarse a solas en balcones y verandas o en el campo, mirando al infinito. Nunca me acerqué a él en el koljós: éramos demasiadas compañeras y no quería forzarle a darme un trato especial en aquellas situaciones, pero sí lo hice en otras ocasiones, en otros lugares.
En el trópico cuando estuvimos de misión, en La India, en el Caribe, en Londres o donde fuera, siempre exhalaba frío su cuerpo; aunque empezó a correr el rumor contrarevolucionario de que realmente estaba muerto, la camarada presidenta del comité del koljós cerró esa falacia neoconservadora rápidamente “si estuviera muerto ¿como nos reeducaría a todas tan vitalmente y tan adecuadamente?” “¿cómo su cuerpo se dilataría en los momentos por los lugares necesarios para la reeducación?” argumento que al estar todas satisfechas tras su reeducación, era objetivamente inapelable. Por quintuplicado.
Después de presentar mi tesis doctoral en Stalingrado, “La evolución es la Revolución” comenté el hecho con el camarada Lysenko: entonces era de mayor grado que yo, y habían compartido los rigores de la lucha revolucionaria antizarista en sus principios.
Él me lo aclaró todo.
Cuando atravesaron la tundra en el tren blindado, Lech Uguin era el zapador que iba por delante del tren: caminando incansable en previsión de sabotajes zaristas; entonces empezó a ser algo insensible al frío: percibía Lysenko que su cuerpo iba cambiando a la vez que empezaba a ser inmune a casi todo: ni siquiera la Vodkaína levantaba ya su temperatura; gradualmente, se convertía en un elemento de la tierra adecuándose a su medio ambiente y acoplándose a él: tan intrínsecamente llevaba hincado su apostolado revolucionario. Que no es que se adecuara al clima; empezaba ser él mismo parte del clima. Luego, en la batalla de Stalingrado pasaba días y noches apostado, disparando; al enemigo, y a los desertores, incansable: lo que le valió la medalla al mérito en combate con hojas de laurel; entonces fue cuando Lysenko lo estudió y comprendió que realmente su cuerpo funcionaba a muy baja temperatura: realmente el camarada Uguin vivía congelado, pero no estaba muerto. El hombre socialista es la cima de la evolución; por eso debemos imponer el socialismo.
Mientras en Stalingrado pasaba el tiempo disparando, bien a los enemigos fascistas, bien a los desertores, Lysenko tuvo su oportunidad. Al volverse a dispararle a un desertor, se levantó para que la reeducación fuera eficaz y efectiva, momento en que el enemigo le acertó, o fue al revés: según Lysenko le extrajo ciento noventa y tres balas: en un momento que había quedado un poco al descubierto para poder apuntar mejor, el enemigo aprovechó la situación; o los desertores, o ambos.
El asunto es que a causa de las heridas lo dieron por muerto.
Cuando Lysenko le ayudaba a hacer su servicio a la revolución como herramienta para los estudios forenses, es cuando se dio cuenta de que estaba vivo, aunque pareciera muerto. Mientras extraía las balas de todos los calibres, el camarada Lysenko no podía dejar de pensar en la revolución: si Uguin había asimilado el clima ártico con tanta eficacia y eficiencia, es que el frío era un instrumento revolucionario. Uguin no necesitaba anestesia, o si la necesitaba, como estaba casi muerto no se daba cuenta, por lo que Lysenko tuvo tiempo para curarlo, en frío, y pensar muy mucho: cuando Uguin recuperó el conocimiento lo primero que hizo fue amartillar la pistola y apuntar a Lysenko: sólo la envaino cuando vio que en aquella habitación no había polonio, pese a las explicaciones del camarada Lysenko.
Sólo el Gran timonel en persona consiguió que Uguin permaneciera en aquella habitación.
Alertado por Lysenko, el líder de los pueblos había acudido a ver al camarada: informado, y con los adecuados datos, ambos tramaron una adecuada utilización de los descubrimientos del poder del frío siberiano y el nuevo hombre socialista. Uguin, ante las órdenes del camarada Stalin siempre obedecía, impecable.
Fue en ese momento cuando decidieron que yo debía ir como delegada a la recién creada ONU como asesora científica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario