Recién doctorada en el materialismo biológico de la evolución de las especies y su tendencia natural a agruparse en células socialistas, así como su adecuada traslación a los campos del comportamiento humano en grupos y tribus, con mi tesis “La evolución es la revolución” fui encomendada por el politburó para ir de delegada científica con los camaradas que iban a formar la ONU con el enemigo fascista, todos encargados de insertarnos en sus estructuras para desestabilizar sus mecanismos contrarrevolucionarios y allanar el camino al triunfo inevitable del socialismo.
Mi misión era utilizar mi rango científico para insertar las semillas adecuadas en los organismos científicos creados por la organización y generar la oleada favorable a la implantación de la semilla desestabilizadora del capitalismo fascista.
Fue la primera vez que entré al corazón del enemigo capitalista y reaccionario.
No sabía como iba a poder ejercer ninguna de mis tareas, aunque no se me había encomendado nada concreto, tan sólo la inserción, pero no quería dilapidar mi tiempo; por lo que aproveché los contactos, el rango y la obsequiosidad natural de los reprimidos cientifistas antirrevolucionarios para empezar a insertarme en los círculos universitarios; así tuve los datos de todas las universidades y de todos los profesores que valían para algo en el enemigo opresor. Más tarde esos datos servirían, vaya si servirían.
En una de esas ocasiones en que un profesor de medicina evidentemente necesitado de unas sesiones en el koljós “Noches del Ártico” intentaba apabullarme, me dio los datos necesarios para urdir la trama: aunque era a largo plazo, fue lo único que pude tramar en aquellos días. Debía mantener mi estatus de científica fría y desapasionada; pero eso no constituía ningún problema. Para mí; al papanatas lo llevaba loco.
Pretendía alertar a la comunidad científica de lo espeso del humo de las chimeneas de las fábricas, buscando maneras de hacerlo menos espeso. Le parecía grave para cuando jugaba al golf. Como un mujik acosado, mi cerebro revolucionario comprendió que atacando la estructura fabril del enemigo minaríamos sus defensas; no debía ser una acción abierta sino hacer que el propio enemigo atacara sus estructuras; por todas partes debíamos estar presentes: aun en la memoria colectiva los hechos neoburgueses aunque aprovechables de Sacco, N. y Vanzetti, B. propiciaban un magma que podría aprovecharse para insertarse en la estructura profunda del enemigo capitalista: en los sindicatos, en la propaganda que se llevaba desde California, en las universidades. Debía ser sagaz y displicentemente cumplidora de mi cargo diplomático en la naciente ONU, por lo que esa noche tramé un plan, por quintuplicado, que podía servir para algo. Mientras tanto, cumplía mi misión de desapasionada y fría asesora científica de los pueblos en la ONU.
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