Se hacían llamar intelectuales, pero no eran sino una panda de aburridos carentes de toda reeducación; hasta los jovencitos eran aburridos: hasta en la cama. Que pesados, que aburrimiento, que hastío, que ineptos. Pero yo debía insertarme y tener la suficiente preeminencia sobre ellos para poder actuar y generar acción directa; así que me dediqué a ello en cuerpo y alma: ambos presos del aburrimiento.
Fue fácil la captación de la camarada Beauvoir, que se hacía llamar Simone, muy predispuesta a la acción teórica pero carente del ímpetu necesario para ahondar en absolutamente nada. Ella fue quien me introdujo en los círculos de escépticos del sistema a sueldo del capitalismo y en sus reuniones, y allí sembré la semilla revolucionaria con gran éxito, aunque con pocos resultados: igual que cuando les ordenamos insertarse en el partido nazi, los comunistas franceses tienden a la indolencia, la gandulería, la superficialidad y la algarada inútil: servirán a cualquier amo si los dejamos de la mano.
Gracias a Beauvoir, Simone, conocí al que era su camarada aunque en un indefinido sistema de relaciones indefinidas. El llamado Sartre demostró luego ser un buen propagandista, pero bastante gandul, la verdad. Cuando casi comienzo a darle la única sesión de reeducación no pude evitar exclamar al verle desnudo “realmente, tu sí eres una pasión inútil” pero es el único material que teníamos, así que empecé a moldearlo conforme a las instrucciones del camarada Uguin, que me dejó al cargo de todas las acciones preparatorias y de infiltración para preparar los movimientos revolucionarios mientras él iba a tomar el pulso del partido allá donde más falta hacía: Stalin sabe que intentó por todos sus medios que Praga no cayera al abismo protocapitalista, pero tuvo que acabar al mando de un par de divisiones acorazadas para reeducar la disidencia. No le tembló el pulso. Su afán pedagógico acreditado sabía cuando era necesario el talante, la bonhomía, la seducción, la suavidad y las buenas maneras: no hizo cargar de munición los tanques hasta que no estuvo seguro de que los tiros acertarían. Por quintuplicado.
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