Hablamos de un enfrentamiento entre curas; el uno coloca todo en el plano estrictamente jurídico, procesal y legal, el otro en el plano religioso y moral antes que en el jurídico: Carranza disuadió a Pedro de Cazalla de denunciar a Carlos de Seso al creer que “había remediado un alma” lo cual en el proceso le causó más de un contratiempo.
Acabado Trento, la cuestión religiosa era socialmente algo más que presente; si se buscaba la conservación de la fe en su rectitud establecida, se utilizó eso como un arma jurídica: in rigore, ut jacent, examinó e hizo examinar Valdés las pruebas contra Carranza: de ese modo, se condenan creyéndolas de Carranza frases de San Jerónimo, de San Juan Crisóstomo, o se descubrían herejías en sus apuntes de clase: el equivalente hoy día sería el cortar, copiar pegar por donde nos interesa para hacer quedar bien o mal un determinado texto.
“La experiencia moderna de represiones o miedos colectivos ayudo no poco a comprender una situación antigua, en la que la dirección impresa a la sociedad por poderes muy fuertes podía inclinar, tanto a quienes comulgaban con tales directrices como a los simplemente acomodaticios o menos fuertes a secundar intenciones impuestas por el clima ambiente con la conciencia subjetiva de servir a la verdad, la justicia, a la patria y a Dios”
Escribe Tellechea, circa 1950: frase estrictamente aplicable al momento del proceso, o a la actualidad con la corrección política y el nuevo teologismo ambientalista, ese neomeapilismo beatorro ambiental del cambio climático.
Teólogos para dilucidar esa cuestión en su rango teológico, o canonistas para que la forma y función del proceso fuese rigurosamente jurídica: el enfrentamiento entre el ceremonial jurídico o la aproximación teológica a la verdad anda evidente en el enfrentamiento de Valdés con Carranza: la intuición me lleva a pensar que la actitud judicialista de Valdés lo fue más por oposición al canonismo de Carranza que a una convicción profunda.
El rigor jurídico conlleva inevitablemente el tener, adquirir y mantener un prestigio para el valor social de sus actos: en Flandes se decía “que si una vez prendían a un hombre, aunque no hubiese hecho por qué, le habían de levantar algo, porque no pareciese que lo habían prendido livianamente”
Es el peligro del encorsetamiento ceremonial: que se acaba justificando en sí misma cualquier estructura, ajena al objeto al cual deben su trabajo: lo mismo, exactamente sucede ahora con la administración judicial, con la satrapía política, con toda la burocracia: su único fin es su propia perpetuación.
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