Elegido Papa Clemente XIII, acaba con todo: literalmente, los enemigos continúan intrigando con legalismos; Al final Gregorio XIII, presionado, dictó una sentencia para quedar bien: Calificó a Carranza de sospechoso de herejía exigiéndole una abjuración “ad cautelam” de algunas proposiciones presuntamente atribuidas a Fray Bartolomé. Era una manera de decirle que por si acaso que abjurara, quería librarse del problema sin quedar mal con nadie, una forma de relativismo. Se le imponía un retraso de cinco años para volver a ocupar su puesto de Arzobispo de Toledo, tiempo que debía dedicar a la reflexión y a la oración. Pocas semanas después de recobrar la libertad, moría Carranza en el convento de los dominicos de Santa María sopra Minerva, proclamando la fe, acatando la sentencia, adhiriéndose al rey y perdonando a todos sus enemigos. Gregorio XIII, en reparación por su confusa sentencia de unas semanas antes, redactó el epitafio que se puso sobre su tumba: “Bartolomé Carranza, navarro, dominico, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, varón ilustre por su linaje, por su vida, por su doctrina, por su predicación y por sus limosnas; de ánimo modesto en los acontecimientos prósperos y ecuánime en los adversos”.
No era hereje, a pesar de la relajación mental de ambos Papas.
En sus últimas semanas, libre, redactó un pequeño poema que traigo aquí, a referencia de L. Gil:
Son hoy muy odiosas
qualesquier verdades
y muy peligrosas
las habilidades
y las necedades
se suelen pagar caro.
El necio callando
parece discreto
y el sabio hablando
se verá en aprieto.
Y será el efeto
de su razonar
acaescerle cosa
que aprende a callar.
Conviene hacerse
el hombre ya mudo,
y aun entontecerse
el que es más agudo
de tanta calumnia
como hay en hablar:
sólo una pajita
todo un monte prende
y toda palabrita
que el necio no entiende
gran fuego prende;
y, para se apagar,
no hay otro remedio
si no es con callar.
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