Fue realmente mi tatarabuela la que contactó en la tundra con el camarada Uguin. Por aquel entonces, había llegado a la aldea un petimetre con perilla de la aristocracia, contando tonterías: en una de esas reuniones fue donde Uguin estableció el contacto: en aquel pajar helado de la aldea aquel contaba cuentos: no sabíamos si vendía crecepelo aunque era calvo, o eso de la liberación del proletariado era algo de comer; pero allí íbamos, era la única atracción.
Uguin un día se acercó.
Le dijo “Ochi Chernyie” y ahí empezó todo: fue entonces cuando decidieron ir con el petimetre y empujarle a tomar el palacio de invierno y cosas de esas; alegría revolucionaria de juventud, que con el paso del tiempo convirtieron a la sirvienta de los señoritos zaristas en la camarada presidenta del koljós “Noches del ártico” y al pobre buhonero, que igual ejercía de cazador como de presa para los zaristas, en el camarada Uguin, el único en la historia cuyas dignidades revolucionarias igualan a las del mismo Stalin. Por quintuplicado.
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