No sin renuencia, y por primera vez en mi vida acatando, sin la obligatoria voluntariedad, las obligaciones del puesto obedecí la orden directa del NKVD: diecisiete divisiones acorazadas son algo que alegra a cualquier revolucionario, que se pusieran en marcha era motivo de alegría, no entendí en aquel momento porqué el politburó estaba tan nervioso.
Producto de los vómitos que no cesaban, o quizá de lo mojigato de la situación, pero por primera vez en mi vida como agente, la camarada y la revolucionaria que siempre había estado al servicio de la revolución: quizá debido a ello; le puse la pistola en la frente al camarada secretario general del politburó; si alguien intentaba matar a Uguin, era por encima de su cadáver, como le hice ver pedagógicamente. El camarada secretario cientificiamente atendió mis argumentos dándome voluntariamente la razón mientras recogía las muelas, que le habían saltado espontáneamente de los guantazos pedagógicos. Por quintuplicado. Sólo cuando estuve segura de que bajo ningún aspecto podía traicionar su palabra decidí confiar un poco en el y envainé la pistola.
Voluntariamente convocó con urgencia al comité central, y fui encargada con plenos poderes por el órgano máximo de la revolución de tomar el poder de los soviets por el tiempo necesario para encauzar debidamente la situación.
Cuando ya me había reunido con los generales, almirantes y demás cuerpos armados y todos estaban a mis órdenes, me retiré a vomitar un rato y a reflexionar científicamente a solas. Por primera vez en mi vida tomé una decisión basada en sensaciones burguesas, que no científicas: no quería que Uguin se pusiera, como siempre, al frente de la situación y le dispararan los primeros tiros, como siempre le había sucedido: su cuerpo lleva cicatrices congeladas de todos los calibres: es una historia del armamento en negativo, su piel. No quería que su acreditada vitalidad indefinida se viera truncada por un misil balístico o algo similar: no me arrepiento de aquella debilidad contrarrevolucionaria.
Nunca olvido quien soy.
Convoqué de urgencia a todas las camaradas del koljós “Noches del Ártico” y las puse al tanto de la situación real. Son las únicas en las que se puede confiar. Entre todas tramamos el plan: no sólo había que parar a Uguin sino luego ayudarle a sosegar su ánimo y preparar un plan alternativo para que se ejecutara conforme a sus deseos.
Por supuesto, tanto el camarada secretario general como el resto de miembros del politburó, en aquella habitación en la que estaban voluntariamente confinados y vigilados, por su propia seguridad, unánimemente aprobaron mi plan, que por primera vez no presenté por quintuplicado.
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