No le hacía ninguna gracia al camarada Uguin la nueva estrategia del politburó de dar apariencia amable e incluso de insertarse en el enemigo con afabilidad, colaborando con ellos: aunque sea la eficaz herramienta para su propia autodestrucción y el camino al nuevo hombre socialista – que es la raza superior- Uguin siempre pensó que era mejor que la acción directa continuase por todos los medios, siendo la inserción entre el enemigo algo complementario y en segundo lugar. El politburó en pleno respetaba la sólida y científica argumentación del camarada Uguin, que había manifestado su implacable rigor intelectual al descerrajarle dos tiros en pleno comité al imbécil que había dicho que “los antiguos debían dejar paso a las nuevas generaciones” y aunque bien aceptó democráticamente que en los nuevos tiempos debía haber nuevas armas, no consintió jamás que se apartara de la acción directa, ni que se formulara la desaparición de ésta, ni que se le relegara: democráticamente admitieron sus argumentos sólidos y científicos en aquel pabellón donde se reunía todo el soviet. Para asegurar la calidad democrática de la reunión de los soviets de todo el mundo en el auditorio de la Plaza Roja, personalmente se había encargado de la seguridad: había apostado dos divisiones acorazadas salvaguardando la reunión. Una con los cañones apuntando hacia afuera, la otra, apuntaba hacia el mismo politburó, por si había desviaciones.
Por quintuplicado.
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