Siempre recuerdo las sesiones de reeducación con mi mentor: me sirven como acicate para la lucha y el combate, así como para la adecuada redacción de los manuales de obligatorio estudio. Cuando estuvimos en Londres, estudiando el mecanismo del zarismo británico, tan deplorable en su decadencia que resulta jocoso, una noche tras la reeducación y quizá influida por aspectos pequeñoburgueses protocapitalistas, salí al balcón donde el camarada miraba al infinito, como siempre que había reeducación; al acabar, y rozando su chambergo de piel indefinida que exhalaba frío le espeté, sin ni siquiera antes haberlo pensado por quintuplicado:
“Lech ¿en que piensas?”
Y me lo contó.
Cuando la revolución liberó Polonia el ya era un alto mando del ejército rojo, pero prefería la acción directa más que el mando de cuerpos del ejército, de manera que siempre estaba infiltrado entre los soviets y montando las redes del NKVD: por eso la penetración de la revolución fue tan eficaz y gloriosa: lo demuestra la alegría revolucionaria con la que la gente nos recibía cuando entrábamos con los blindados, pese a los elementos contrarrevolucionarios que siempre el fascismo capitalista opresor dejaba insertados, como la mala hierba.
En Cracovia, mientras preparaba las fiestas y la alegría voluntaria del pueblo al ser liberado por los tanques revolucionarios, un agente capitalista opresor intentó darse a la fuga tras ser adecuadamente delatado por sus compañeros: corría bien, pero no con la sagacidad de Uguin: al doblar la esquina, lo encontró enfrente, apuntándole. Uguin decidió su destino rápido: al policlínico 13 de Moscú, para que con su cadáver Lysenko hiciera los estudios que considerara: al apretar el gatillo la pistola se encasquilló.
Fue tal su asombro, que el agente capitalista aprovechó para salir por piernas: cuando Uguin se recuperó de la estupefacción de que su arma le hubiera fallado, lo llamó, conminándole a que no se preocupara, que ya lo pasaba a cuchillo, pero el desagradecido continuó huyendo: aunque Uguin le buscó para persuadirlo, no lo halló, y esa falta de reeducación a un necesitado de ella le reconcomía desde entonces.
Fue tras esto que solicitó de palabra al gran timonel en persona y cara a cara que creara una unidad especial para el armamento: en ese mismo momento, el gran Iosif Stalin en persona encargó no sólo un centro de reeducación de armamento y desarrollo científico de herramientas pedagógicas, sino que hizo llamar al camarada que iba a poner al frente, y en persona, ante Uguin le pidió amablemente que considerara la posibilidad de hacer una pistola científicamente implacable, lúcida, revolucionaria y que jamás fallara para el camarada Uguin
“sus deseos son órdenes, camarada, y personalmente será un placer: estoy deseando comenzar la tarea”·
Dijo Kalashnikov, por quintuplicado.
El camarada Uguin agradeció públicamente al gran timonel su consideración hacia él, “tan sólo soy un simple peón de la revolución que cumple su trabajo” en ese momento, ante el asombro de todos el Gran Timonel se levantó y en persona le abrazó y dijo, a todos: “Así avanza la revolución” lo cual arrancó lágrimas de alegría entre las camaradas del koljós y los aplausos voluntariamente obligatorios de todos los presentes. Por quintuplicado.
La eficacia de la pistola que desarrolló Kalashnikov ha sido más que probada, y con ella al cinto, me conminó a que fuera prudente en el uso de su nombre común, pues aunque debíamos disimular ante el enemigo burgués, no debíamos perder jamás las formas revolucionarias que nos conferían el carácter de la raza superior, por lo que tras hacerme la autocrítica me reeducó de nuevo.
La revolución es imparable.
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