domingo, 3 de marzo de 2013

El arponero del Pequod

 

Jethro Tull abandona el derecho y se dedica a vivir del campo; para cuando inventa la sembradora ya era más que consciente de la deriva degradante de la industrialización y la denigrante evolución urbana que estaba sucediendo; fundamentándose en la posibilidad agrícola y negando al Malthusianismo que después venerarían, el 15 de julio de 1789 un frío en el alma recorrió toda Francia al sentirse todos reos del execrable crimen cometido en base a una fundamentación tan falaz como rastrera, vulgar y simplista “por un mundo mejor” destrozan lo hecho guillotinando la realidad para que no hubiera vuelta atrás: cobardía sublimada, cerrazón mostrenca y tozudez soberbia, el miedo se apoderó de toda la gente porque fueron conscientes espiritualmente de la gran animalada que eran culpables, y perseverando en el error, en vez de pararse y reflexionar, siguieron adelante como autojustificación de la animalada, como los ladrones que consideran que el botín se lo han ganado, como los políticos enriquecidos: el mal siempre se justifica.

Lot huye de las llanuras de Sodoma espantado de la impudicia: el conocimiento de un pecado no exime de su cumplimiento y luego la vida va: su mujer se estatuiza al mirar atrás: cuando sales de algo perverso nada de ello debes conservar, a ser posible ni el recuerdo, porque las facetas buenas del mal son las que ha traído como consecuencia la degradación y el ahondamiento en el mal; la relajación del relativismo siempre tiene una fundamentación de apariencia bondadosa, siempre se fundamenta en el egoísmo y la bondad aparente, la cursilería como forma social y la degradación de las personas.

Constituida la sociedad en bases de socialdemocracia liberal, la cursilería es ley, orden e imposición: en organismos se dan cursillos de sensibilidad y demás memeces para adecuar las personas a una condición esclava: si hablas mal, acabas pensando mal, si hablas cursi tu vida es una cursilada inexacta infame y degradada, la corrección política sólo es el vómito de la bestia que de puro tibio espanta. Constituida la sociedad en la progrhez, se sustituyen los monaguillos por psicólogos y directamente el sumo sacerdocio lo ostenta la psiquiatría de manera tal que condenan a cárceles químicas y denominaciones abominables a la gente: cuando algo escapa a su comprensión es una patología; el siguiente paso es que todo aquello que no acomoda mi imagen de mi mismo, es una patología: se aplica ahora, lo inventó Stalin en sus desarrollos lingüisticos; la sociedad ahora rinde culto, y la gente creyendo hablar bien de otros o haciéndoles un favor en vez de decir “tengo manía” o “es más inteligente que yo” fijan en una esquina de la actitud lo que es calificación de la persona, y así denominan alcohólicos, depresiones, hundimientos, del mismo modo que ensalzan a sus jefes que son esencialmente el dinero: en base a una leyenda personal feble y banal y sin saber ni siquiera la existencia de la madurez juzgan y condenan en un mismo momento y lo certifican con una receta y un diagnóstico. Y se quedan tan orondos.

Vivimos instalados en el mal, y como Lot, como Tull, la gente huye despavorida, se hincan en la tierra, aislados; dos gallinas y a alejarse de la inmundicia: no tienen claro tanto lo que buscan como de lo que huyen, y es un rango social que va a configurar el futuro inmediato, que todo el horror de la industrialización y la venta de las personas al capital fiduciario no se arregla con recetas ni con un diagnóstico de un petimetre ensoberbecido con un traje que no sabe ni siquiera que lleva, que el destrozo de las personas que está habiendo no aguanta más justificación ni más dilación escondida en palabras sin sentido y posses aprendidas de tv, que lo necesario es la plenitud de la gente en su propia vida y no en una impostura de manipulación de las personas: que cada cual ha de asumir su vida y su avatar y no encajarse en un constructo falaz a fuer de cienticifista, y sólo así habrá personas que no mediocridad por decreto, masas y vulgaridad.

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