domingo, 1 de julio de 2012

Dolor de la indolencia

La gravedad del incendio en La Hoya de Buñol (que no son dos, que es el mismo pero alentado por dos partes) tiene una trascendencia más allá de lo enervante del momento: no ha sido una administración la culpable, aunque a nadie extraña que todos quieran culpar a la banda contraria para justificar así su culpa y sobre todo para que la gente mire para otro lado; no ha sido ningún fenómeno natural ni un fortuito accidente que provoca una cadena de causalidades (el fortuito accidente que provoca cadenas de causalidades que engordan cuentas corrientes es la única ideología dominante desde que murió Franco) y desde luego no ha sido una mala gestión del espacio: la concepción del espacio lo ha sido como producto de mercancía y no como sitio donde viven personas; si no se concibe el espacio como humano, ni a la gente como digna de respeto y consideración, como van a respetar a la naturaleza: seamos serios, el incendio puede ser fortuito, que no lo ha sido, pero la indolencia es la ley del sistema, mientras se ve como sacar beneficio de la desgracia: los buitres carroñeros son más honestos que toda esa hez.

Ha habido un incendio forestal.

Traducción a la realidad:

En las próximas semanas todo el alrededor, y es mucho, van a respirar ceniza intensivamente, menos intensivamente conforme avance el tiempo, pero calculen un par de años de aire emponzoñado siendo benevolentes; en los próximos años aumentan los casos de niños asmáticos, de psilicosis, de enfermedades físicas asociadas a la respiración y lo que es difícilmente mensurable pero perceptible en el ambiente: la enfermedad mental también aumenta, que el cambio de perspectiva en la prognosis visual modifica las percepciones cognitivas y altera los parámetros fundamentales de la sustentación física de la identidad.

En los próximos tres meses las lluvias conllevarán riadas de diversa intensidad, con fenómenos de catástrofe al arrastrar como barro tanta tierra: desertificación, lo cual destruye la capa fértil de la cubierta del suelo y hace más lenta la recuperación de los terrenos; el barro con el agua formará trabas que aumentarán el poder de las riadas: el efecto es imprevisible, y ojalá que sólo sea espectacular sin más consecuencias.

La fauna tardará en volver aproximadamente cinco años más de los que tarde en recuperarse la flora mas primaria, y no parece que vaya a ser rápido.

Las pinturas rupestres afectadas, a falta de valoración, han sido dañadas, y no creo que haya sido algo banal.

El vigor del suelo en todo el espacio afectado indirectamente por el incendio se resiente, con lo que las cosechas no serán previsibles ni de antemano certificables: pensad en el vino de Turís,Requena y Utiel.

Y lo peor de todo es la murga que nos van a dar los ecologistas, nuevos meapilas del clima cambiático y todo desastre que se precie a cuenta de esto, mientras exigen cuantiosas subvenciones para autoflagelarse y justificarse, y de paso, al bolsillo.

Todo está disparatado, y la tierra quemada sólo produce hambre, mientras, hablan de números insondables y deudas infinitas, políticos sin fondo y haraganes buscando su forma de vivir sin trabajar: no cuidar la tierra no es una cuestión ideológica, es un atentado de lesa humanidad. Sean todos malditos, en esta vida y en la otra.

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