jueves, 13 de junio de 2013

Reholína

 

 

La red se conforma como el mecanismo más elaborado de la cultura para su transmisión: y en ello anda. Se equivoca quien define la cultura como el conocimiento, como la adherencia de conceptos o la colección de títulos; se equivoca quien considera que todo aquello que adjetivan de cultura para darle importancia lo es: Nadie tiene cultura; la cultura estaba antes de que viniéramos, y seguirá ahí cuando nos vayamos. Nadie “tiene” cultura: transportamos cultura; recogemos lo aprendido, añadimos nuestras vivencias, contrastamos con nuestro avatar y circunstancias, nuestros tiempos y ergástulas, y tal la transmitimos. Aportaciones a “la” cultura nadie hace ni son individuales: la red tiene fecha de nacimiento, nombre y apellidos, y los mecanismos por los que la utilizamos comúnmente tienen razón social: pero la red es de los usuarios y sólo es por ellos: no hay clientes, ni es un club con acceso: la red está ahí, y todos la usamos; los más creativos desarrollan maneras de uso y algunos ganan dinero, con su trabajo, perspicacia, acierto o casualidad: pero no hay negocio “de” la red, es una herramienta universal y como tal se usa.

Todo el constructo del conocimiento, la transmisión y la educación se da la vuelta: de ser un sistema controlado y decidido de arriba abajo se reconfigura exactamente al revés, de manera que ahora no es el periódico, el partido, la secta o la moda quien decide lo que se publica –o no- lo que la gente lee –o no- ni los sistemas de difusión: la reconfiguración de la industria editorial y el enorme artefacto industrial acerca de la música y el cine se tambalean, y caerán, lo que no cae es la literatura, ni el cine, ni la música. Esa reconfiguración ha dado al traste con todo el enorme aparato de propaganda que nos ha traído a esta deleznable situación.

Porque ahora todo el sistema de propaganda de la socialdemocracia que sustenta el sistema, fundamentado en Goebbels, pero con los desarrollos de Stalin, Marta Harneker y Gramsci, y no por ese orden, se ha caído de su propio peso: cuando hay una mentira mil veces repetida pone en ridículo al que la repite: tal ha pasado con el clima cambiático, con el agujero de la capa de ozono, la gripe aviar que nos iba a diezmar, y tantas otras cosas; así, ejemplos tantos como elementos van cayendo de su peso, cuando no son derribados como el pueblo derribó el muro de Berlín.

Todo eso es la propaganda; la cultura pervive y además es mucho más evidente y persistente: la comunicación ya no es patrimonio del poder, y en evidencia está, y cada día más; y la comunicación real, que va de persona a persona, de tu a tú, también está cambiando: el pregonar de alguien, la maledicencia y el desdoro se vuelven contra quien los maneja creyendo que no sucederá: se las pillaba cuando no había ni teléfono, si bien muchas veces cuando habían hecho todo el mal del mundo, ahora se les pilla antes, y se desactivan enseguida porque carecen de toda credibilidad.

Y está en evidencia que el nivel de información no implica ni el nivel de conocimiento ni la calidad humana: se ven en facebook las mismas actitudes que ya salen en el Evangelio, los mismos esparajismos, alarmismos, victimismos y alharacas, sólo que se consideran más modernos; repitiendo esquemas ya caducos en el neolítico.

La comunicación no implica conocimiento, tan sólo transmisión; la capacidad de contar algo tan sólo te da el nivel de calidad humana de quien habla: mal del vecino, de historia, de política de literatura o de pornografía, y se evidencia que quien está tecleando ha leído Los tres mosqueteros, o la Isla del tesoro o ha buscado una referencia rápida en la red para parecer lo que no es; se ve quien habla por boca de ganso y por boca ajena, y quien se puede equivocar, o no, pero lo hace por sí mismo; se ve sobre todo como una explosión el nivel de afán de protagonismo, de manipulación para la maldad, de vacuidad o de plenitud; y quien ha evolucionado en su vida en su medida y condición y quien vive de consignas ajenas y al albur de los vientos: y muy poca gente asume su propio ser, diluyéndolo en bandidajes y sectarismos; muy poca gente asume que hay quien hace y debe hacer y es tan necesario como el que lee y quiere leer: no hace falta que todos sean escritores, ni que todos sean lectores, ni siquiera leer, pero están los dos lados: los que escriben y los que leen, que no da más valor una opción a la otra porque cada uno en su vida sabe si es Marta o María, que eligió la mejor parte y no le será arrebatada: la contemplación, el ser lector, espectador , oyente o nada respecto a una obra no es menos valioso que el ser autor, actor, escritor, músico o cineasta; en rigor la mejor parte la lleva el que lee, y no el que lo escribe,

Maria autem meliorem partem elegit, quae non auferetur ab ea.

Pero todos tenemos nuestros momentos para cada cosa.

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