miércoles, 26 de junio de 2013

En el rigor de la senda infinita

 


Paco de Lucía no está en la Real Academia.
El alcance de su trayectoria trasciende toda espectacularidad, su vigencia antigüa y su vigor musical claramente alcanzan, hoy, rigores místicos, que no sólo en la literatura está la mística, y España debe empezar a considerar en vida a sus genios sin esperar a que mueran para alabarlos: Paco de Lucía tiene que estar en la Real Academia para honrarla, una institución tan proclive a la inmundicia que, además de perpetrar las últimas versiones del diccionario y gramática, ha considerado antes como término “twitter” que Seguiriya: ¡que modernos son, que guais de la muerte! En estos momentos tan oprobiosos de la historia, lo que tenemos bueno debemos ensalzarlo.
La percepción de la música como espectáculo desdibuja su calidad al ir prejuzgada; al abonarse a olas de mercantilismo e industrialización esconde en sus costuras la concepción íntima y personal, la expresión concentrada del ser más íntimo, la expansión extemporánea de las inquietudes del alma.
Se adivina una trascendencia humilde, en la cual más se sienten instrumentos del duende para manifestar el flamenco, y actúan de catalizadores, que figuras de escenario y devaneo; se percibe que de esa forma lo han vivido Camarón, Morente, y De Lucía, y el considerarse efímeros e instrumentales es lo que les da entidad y personalidad propia y los convierte en únicos con rango y condición personal: el saberse instrumentos de la perpetuación de la cultura, y todo alejamiento del culto a la propia personalidad da medida de la calidad humana.
España debe volver a la senda de su propio ser, y el camino lleva tiempo trazado.



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