jueves, 16 de agosto de 2012

Si no puedes más, tampoco puedes menos.

Alicia es una suma de ecuaciones matemáticas engarzadas con una realidad fantástica, o no tanto: analiza la realidad matemáticamente por deformación profesional, y ve la realidad en una forma que le lleva directamente a la fantasía: el paradigma cientifista de la ciencia rigurosamente se da la vuelta, como el ingeniero de la saga/fuga que conjugaba su rigor tecnológico con su afición poética

no hay en España puente colgante

más elegante que el de Bilbao

de tal modo Alicia puede ser estudiado o comprendido mediante ecuaciones matemáticas que son las derivadas de la realidad que tiende al infinito pero en las esquinas derrapa en las curvas: el sombrerero loco y el tiempo no se conocen porque sí: el madhatter es la justificación de la eterna alegría, es la comprensión de la locura en su razonamiento, es el vigor del trabajo acabado frente al rigor del tiempo

llego tarde, llego tarde

¿que hora es?¿que hora es?

Dios mío ya son las cuatro ¡y yo había quedado a las tres!

No es casual el madhatter: en el fragor de la revolución industrial tan infame y tan degradante para la condición humana, en Londres, cuna y capital del sajonismo pagano se puso de moda la altura desmedida de los sombreros de copa: los sombrereros ejercieron la ciencia para mantener erguidas las copas: se mantenían erectas porque el fieltro que las conforma se trataba con mercurio, el cual al efecto del fuego y las mezclas se acaba transfigurando alquímicamente en metilmercurio, que debidamente inhalado en el proceso fabril acaba descomponiendo el cerebro y destrozándolo: todos acabaron locos perdidos.

Más tarde alguien descubrió que la pilas botón había que reciclarlas. Porque “si estudiamos la historia no nos condenamos a repetirla” y memeces de sobrecillo de azúcar, apareció en Japón la enfermedad de itai-itai, onomatopeya del gemido de dolor de los niños: estudiada la enfermedad era el intercambio en la composición celular de una molécula por una de mercurio, posibilitado por la ingestión de metilmercurio que por vertidos había pasado al agua, y de ahí a las plantas y a toda la cadena trófica: el dolor de la composición de mercurio en los huesos mataba a los niños, literalmente. Es lo que tiene aprender del pasado, que viene y nos destroza si no hay sosiego y se asume la historia más allá de una composición literaria.

Nadie se confunda: si te comes el mercurio de un termómetro no te pasa absolutamente nada; si está “procesado” en el crecimiento de una planta que se ha comido una vaca de kobe…es metilmercurio, es letal.

A veces la transformación convierte en veneno lo más inocuo.

3 comentarios:

Isa Garmendia dijo...

Mezclar el tocino con la velocidad cuando estás razonando con alguien es casi un delito, al menos en mi pueblo; debe ser por el riesgo a estrellar la conversación en un disparatado diálogo de besugos; se requiere mano firme, conocimiento y humor fino para salir por la tangente y llegar sin perderse a la cuestión de fondo que es de lo que se trata.
Don Torcuato puede descansar tranquilo, ya tiene sucesor, y grande.
Saludos, artista.

Isa Garmendia dijo...

Mezclar el tocino con la velocidad cuando estás razonando con alguien es casi un delito, al menos en mi pueblo; debe ser por el riesgo a estrellar la conversación en un disparatado diálogo de besugos; se requiere mano bien firme, conocimiento y humor fino para salir por la tangente y sin perderse llegar al fondo de la cuestión que es de lo que se trata.
Don Torcuato puede descansar tranquilo, ya tiene sucesor y grande: ¡Artista!

Isa Garmendia dijo...

Mezclar el tocino con la velocidad cuando estás razonando con alguien es casi un delito, al menos en mi pueblo; debe ser por el riesgo a estrellar la conversación en un disparatado diálogo de besugos; se requiere mano bien firme, conocimiento y humor fino para salir por la tangente y sin perderse llegar al fondo de la cuestión que es de lo que se trata.
Don Torcuato puede descansar tranquilo, ya tiene sucesor y grande: ¡Artista!