Se inunda Brasil, se inunda Australia, son desgracias profundas, y con eso no deben de hacerse bromas. Se inunda Écija, explota el Etna, la desgracia corre por el mundo.
Intervienen dos factores: el necesario impacto de transmisión que necesita la prensa clásica para llamar la atención sobre su producto, que ha hecho que por la inmediatez se pierda perspectiva, y la enorme capacidad de transmisión de propaganda que va imbricada en todo proceso de control de la comunicación: ahora, cualquier hecho de las témporas o lo que sea, es magnificado para justificar a los sistemas de propaganda, que no de información: de ese modo pasa a ser espectáculo lo que en sí es una desgracia. Empiezan a cambiar esas cosas, pero el avance de la red no acaba de imponerse.
Las inundaciones son una gran desgracia: y ahí, además de la lluvia intervienen factores que hay que empezar a poner en la picota, y ajusticiarlos. La programación y planificación “social” conlleva una planificación urbana, del espacio y del suelo, que está en el magma de todos los problemas: cuando se planifica, todo suele quedar muy bien sobre plano; cuando se planifica, alguien decide esa planificación, cuando se planifica, nadie está desafecto de las pasiones humanas y se acaba planificando en la tendencia de determinada línea de beneficios; cuando se planifica, se acaba olvidando que se construyen casas para que en ellas la gente se construya vidas, y se construye para justificar cualquier rotunda ideología que conlleva poder, y dinero, obviamente.
El cruce del cardo y el decúmano da la plaza, la iglesia y el ágora; al correr el tiempo, los campanarios marcan bien las posiciones de los pueblos: bonitos en las fotos, pero cuando vas caminando, si está nevado el campanario lo ves a la distancia. Y lo oyes a la distancia: por eso hasta que entró esta execrable parte final del franquismo, no se podía construir nada a más altura que el campanario de un pueblo: por mera supervivencia, ves el campanario, llegarás al pueblo; la nieve, es muy bonita, letal para un caminante: es el único arma capaz de detener el avance de un ejército.
La estupidez anticultural ha hecho que se construyan estupideces para “ganar” al campanario, “crear” skilines (perfiles de ciudad, en pijo) y destruir por parciales la naturaleza de nuestra cultura, la esencia de la humanidad: piedra a piedra van deshaciendo el muro: acabará cayéndoseles encima y su infamia la declamarán los siglos.
Evitar las desgracias conlleva humildad; para paliarlas ahora medidas extremas: pero evitar que sucedan ha de ser de rigor, porque hablamos de personas, que deben tener una vida, y poder vivirla, cada uno, la suya.
Cada día veo más claro que la evolución de la cultura pasa por la roma de Augusto, la Esparta de Leónidas y la España de Cisneros. Y cada día me siento más desvinculado de esta humanidad perversa a golpe de consigna.
1 comentario:
Menos mal que quedan personas desvinculadas.
Saludos
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