miércoles, 30 de abril de 2014

Obras, fe

Cuando alguien hace una obra es justo que se le reconozca, independientemente del aprecio o valor que se le tenga y de a la persona: se le reconozca no implica el aplauso, reconocer que algo está mal hecho también implica reconocimiento.
En este reconocimiento se valora a la obra, nunca a la persona: cuando el calado de la obra trasciende, siempre indagamos a la persona, su calidad: así, Paco de Lucía o la Madre Teresa de Calcuta; así También Stalin o Mao.
Se valora a la obra y en secuencia se aprecia/denigra a la persona; suele coincidir la grandeza y la humildad, y eso nos conforta: está bien ser partícipe de los tiempos de la Madre Teresa u oyente de Paco de Lucía.
En este proceso lleva la humanidad al menos desde San Pablo. Y tendemos a magnificar tanto a quien valoramos en nuestro valor, como despreciamos en nuestro desprecio: esa magnificación es esencialmente letal. No hizo la Madre Teresa nada para llenar auditorios ni ser aplaudida por masas: su obra se define en el silencio, la discreción y la intimidad: si la tratamos como un auditorio de un concierto, la ridiculizamos a ella, a su obra, y esencialmente la despreciamos: cuando nos ponemos a jalear como orcos a todo en la misma medida tiene el mismo valor la Madre Teresa, un futbolista, Paco de Lucía, una porretona o los Rollings: no es esa la manera de perfilar bien nada, ni de comprender ni de valorar.
Aunque escuchemos a Paco de Lucía desde lo hondo de nuestro ser, merece el aplauso encendido y magnífico de todo el público; aunque veamos la obra de la Madre Teresa pública, merece nuestra reflexión honda, íntima y silenciosa; el mezclar estos términos degradaría toda obra, toda vida, todo afán.
Y al ensalzarlos así, en nuestra concepción bestializada de todo en una mezcolanza que no sabemos discernir, en vez de sublimarlos per se y en sí mismos, los banalizamos poniéndolos a nuestro nivel: o creyendo que lo hacemos, por lo que acabamos degradando toda excelencia, toda virtud, toda obra o todo trabajo; rebajamos la mística a la calidad de economía, rebajamos la música a la calidad de baile, rebajamos la danza a la cualidad de movimiento, acabamos magnificando a porretonas de varietés.
A Obama le dieron un premio nobel por ser negro. El fin de semana pasado lo que fue un papado que a todos nos marcó por su duración y haberlo vivido, se ha diluido por magnificación; el querer sobrevalorar al concilio Vaticano II por sublimación ha disuelto la figura de un Papa y de una persona, rebajándola de manera que ya parece que la santidad es cuestión de saber limarse bien las uñas y no llevar manchas en la camisa. Queriendo magnificar algo, se ha degradado a la persona, a su obra, y se ha diluido todo en un magma amorfo y deforme.
La justicia es buscar la medida de todas las cosas, sabiendo que no la vamos a encontrar porque en nosotros mismos somos falibles y nada humano es certero; pero es buen comienzo empezar a discernir que un juez no debe ser conocido, ni una estrella del Rock tímida, que una porretona es para decir bestiadas a gritos, que una misa es un acto respetable y no un concierto de pazguatos, que líneas cortadas de frases insulsas no significan poesía, que la apariencia no es el ser y que llegar a ser implica un esfuerzo y mucho trabajo siempre, en todos los casos; que la igualdad es una abstracción que no existe pero utilizamos como modelo; que un buen albañil y su trabajo son la esencia de toda arquitectura, que un cura sólo con serlo ya tiene bastante en la vida, que no poca faena debería ser, y no lo que hoy día es, que el trabajo nos ha de dignificar en su medida: ni todos somos estrellas de rock ni merecedores de Nobel ni candidatos a Oscar: a cada cual en lo suyo bastante faena tiene sólo con eso, y ahí está lo bueno de la vida.
Convertimos la fe en una carrera para llegar a Papa o ser proclamado santo, a ser posible en vida; convertimos la vocación no en un deleite sino en una competición de maleficios a los iguales para olvidar al paciente, y degradamos la medicina; convertimos la pericia musical en excelencia para degradar al verdaderamente excelente y Paco de Lucía ha muerto sin reconocimientos oficiales en España que se han dado a cualquier cualquiera; tenemos delante a curas, médicos, músicos, albañiles, excelentes; y como a todos tratamos por igual, aplaudimos al médico como a un torero y al torero lo tratamos de literato, la ópera la valoramos como cine y al cine como literatura, la literatura no la leemos, y nos hacen catedráticos.
Así va España.

[Coda
informan lectores de neopalabro para justificar infamias: empoderamiento.
más exactamente: “empoderamiento de la mujer
imagino que es una bestiada derivada del sajón aplicada al castellano para justificar no se sabe qué, pero seguir instaladas en la insatisfacción, en la vulgaridad, en el victimismo]

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