jueves, 23 de enero de 2014

Espectando

El elitismo máximo ha sido siempre la eliminación de barreras entre la obra y su público: la muestra de máximo nivel ha sido ver “las películas en versión original” porque, si no, pierden mucho. Los traductores en España hasta la fecha, o casi, han sido prodigiosos manejando el lengüaje: a esos ni agua, ni reconocimiento, lo snob es ver las películas en versión original.

Ya, si además se ha leído la obra en su idioma original, puedes caminar levitando con aureola sobre tu cabeza entre la plebe, incultos, pobres “Shakespeare pierde mucho con la traducción, hago lo que puedo para traducirlo pero claro, hay que leerlo en inglés

Claro: hay que saber inglés hasta un punto en el cual en la memoria preconsciente de tu cerebelo llevas la industrialización y la memoria del hambre reflejada por Dickens (traducido) y ya lo máximo escuchado es que en Corea se hace muy buen cine; pero lo han escuchado en inglés.

Y el Tao Te King todos lo tienen como un libro de sabiduría, en alguna versión original: original se ve que es sinónimo de inglés. El día que se enteren que todo eso llegó a Europa por España y gracias a los jesuitas, les va a dar algo.

La queja primigenia es válida: cuanto menos intermediación entre el artista, su obra y el público, la comunicación fluye mejor: todos alaban los conciertos en directo, que ahí es donde se ve lo que hay; y la creatividad y la expresividad  donde mejor se ve es en espectáculos sin ingenierías de sonido ni tramoyas teatrales de negocio del espectáculo: una orquesta tocando, o el flamenco: uno con una guitarra y otro que canta, baila alguien y no hace falta nada más para la fiesta.

Donde mejor se percibe lo bueno de la relación directa entre el espectador y la obra es en el flamenco; y ahí se valida.

Con la certeza elaborada desde una inmadurez elitista y soberbia se ha llegado a un punto en que lo escrito va directamente de mi pantalla, una vez cerrado, a la de quien me lea, sin necesidad de un negocio industrializado que lo sustente (aparentemente, la red lleva su aparataje comercial también) y por ello tengo lectores: a la manera antigüa pasaría por muchos filtros comerciales e industriales antes de ser aceptado “en sociedad” y tener márchamo de poder expresarme: en la iglesia existía el nihil obstat y se consideraba censura; la presión comercial ejercida sobre toda la creatividad ha generado una maquinaria inútil que ahora, obsoleta, busca su justificación, y la certificación la dan los lectores, y nadie más; nadie me condiciona, prejuzga o maneja para elaborar mis dicterios previamente, y en ello se va desarrollando ahora todo el asunto de la expresión: la escultura, la literatura y la historia ya no son mecanismos de comercio sino lo que va por la red: el que no quiere saber no sabe, simplemente; y la mayoría de universidades han caído en una obsolescencia decadente que tan sólo mediante el negarse a ver la realidad pueden sustentar sin que se les caiga la cara de vergüenza; la gente que quiere mantenerse en la mediocridad, en consignas, o certificando su inmadurez encuentra los lugares: y quien busca la discusión y la excelencia también; cada cual su discernimiento. En la música debe ser muy grande el descontrol: muchos oigo que hablan de su obra en discos, limitando al tamaño industrial la capacidad creativa de la obra, cuando ahora más que en discos han de ser temas, composiciones u obras lo que se mueva, por la red: el dinero vendrá de los conciertos en directo, de donde toda la vida ha vivido el flamenco en España.

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