viernes, 12 de septiembre de 2014

El ahorcado en el árbol

“Bien está, que no sois aun capaz de estas verdades
Seso, corregidor de Toro, había cogitado sobre el purgatorio, entrando en herejía: Cazalla lo quiso denunciar a la inquisición, Carranza lo disuadió; en una conversación en la cual Seso estuvo modoso y reverencial, se sometió a la autoridad del arzobispo “y ahí quede la cosa” pero, cuando un petimetre engolado entra en soberbia, con un cargo o una fama sustentada en cargo público, considera que puede dar lecciones sobre todas las cosas: véase cualquier fantasma en España con título dado por el cargo, que establecen la realidad a cada minuto con una rotundidad apabullante, que cada día es vencida y renovada en una nueva murga.
Y Cazalla se exculpó en el arzobispo, y Seso usó la condescendencia para seguir en sus trece: el alguacil de la inquisición lo apresó en Roncesvalles y lo puso ante el juez, con varas de justicia.
Carranza ´había estado en Trento, y además del rango teológico de la justificación por la fe, tenía la dimensión del problema en todos sus rasgos y con todas sus perspectivas: ahí se dilucidó la modernidad, y no venía Carranza a discutir con un petimetre engolado de aldea satisfecho de haberse conocido a sí mismo, por mucho rango que le diera la administración: no le dio la mayor importancia, y eso, fue un error: el ejercer canónicamente como sacerdote le valió que los canonistas se le echaran a la yugular: Melchor Cano andaba porfiando, y tantos otros; en la tormenta que le habían gestado al arzobispo, todo fue utilizado en su contra, y no hubo nada a su favor.
Y toda la envidia nacional se puso al servicio de la inquisición, y todo odio fue arma para su encarcelamiento, todo era sospechoso en el: y hasta San Ireneo llegó a resultar sospechoso de herejía, cuando no pasajes del Evangelio: El inquisidor general Valdés logró su propósito: siendo teológicamente nulo, durante más de diecisiete años usó su poder para mantener encarcelado al arzobispo: ejecutó una venganza, se vengó en Carranza de su propia ignorancia, y ocultó su mangancia de la casa de mercaderes de Sevilla, que había dejado seca y no había fondos para la batalla de San Quintín: buscando un culpable horrible y desatando el fuego de la inquisición, el humo de las hogueras disipó su mangancia; tenía el favor del Duque de Alba, resentido, porque en el sínodo de Londres Carranza se había opuesto vehementemente a sus negocios de modernidad, y resultas de aquello ni el Duque de Alba tuvo su negocio moderno, ni España tuvo esclavos: a Carranza se lo hicieron pagar, aunque quedó absuelto días antes de morir, le hicieron pagar caro el hecho de la honestidad y la coherencia y la defensa de España.
Pero España no tuvo esclavos.
Y hoy, todos aquellos que no son capaces de estas verdades, dictaminan sobre el agua, sobre el patrimonio, sobre la historia, sobre la economía, sobre el ser humano y la condición natural del ser, ahorcando en el árbol de la calumnia y la ignominia a todo aquel que, sabiendo, habla: la Ley de Lynch se impone al conocimiento, le llaman democracia.
Y cada día en España se inicia un nuevo proceso a Carranza, encarcelando al enemigo del sistema o aplicando la damnatio memoriæ y mediante la calumnia y la maledicencia, cada día se inicia un nuevo proceso que queda siempre injustamente olvidado; pero nada de que alarmarse; cada día aquí en España se crucifica a Cristo entre el jaleo y la algarabía, y la gente al amanecer actúa como si nada hubiera pasado, queriendo creerse que la infamia caduca.
 
Conviene hacerse
el hombre ya mudo,
y aun entontecerse
el que es más agudo
de tanta calumnia
como hay en hablar:
sólo una pajita
todo un monte prende
y toda palabrita
que el necio no entiende
gran fuego prende;
y, para se apagar,
no hay otro remedio
si no es con callar.




















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