miércoles, 24 de octubre de 2012

Los hombres usan pañuelo de tela

Modernos, a cualquier precio: ese precio pagamos, el de ropas que encojen y zapatos que aprietan. Lo llamaron reconversión industrial, destruyeron el tejido industrial de España: luego, ya puestos, adelante con la ganadería y la agricultura: ahora a por los españoles.

España no es un pueblo industrial. La industrialización como medio para salir del hambre se convirtió en el fin: la codicia y el diablo hicieron el resto. Una España arrasada por la gripe y la filoxera que arruinaron familias y pueblos fue la puerta de entrada: que modernos, tenemos tren. Sobre la enorme trama financiera para que el capital fiduciario se asentara hay voces mas autorizadas, mejor informadas: ellos comentarán si lo consideran. Fuimos modernos tendiendo el tren, fuimos españoles inventando las cajas de ahorros y monte de piedad que hasta el advenimiento de esta etapa del franquismo llamada democracia fueron los organismos que permitieron a las familias no sólo salir del hambre sino subir  a un estatus de vida más que adecuado: fueron las cajas de ahorro las que generaron una burguesía que se ha devorado a sí misma, pues son los hijos de esa burguesía los que han acabado presidiendo cajas de ahorros por vías políticas y sindicales, y conforme es su costumbre puliéndose el dinero de los padres: no sólo de los suyos.

No me vale culpar a toda la banca: que aquí hay personas al cargo de los consejos de cajas de ahorros, y han sido ellos.

Con el tren hubo un desarrollo industrial incipiente que alcanza su vigor esplendoroso cuando Franco se revuelve contra la falange entregándose a los gobiernos de miembros del opus: la industria nacional era maravillosa: los torneros, fresadores, los trabajadores eran escrupulosamente magníficos: cuando se inauguró la factoría de Figueruelas los ingenieros alemanes fotografiaban y copiaban las modificaciones de los trabajadores españoles en la cadena de montaje.

Todo ese vigor y creatividad, esfuerzo y trabajo se ha perdido, porque en vez de evolucionar a nuestro ritmo todos quisimos ser obreros de Detroit o Hamburgo, cuando no héroes de Vietnam; con la reconversión industrial se perdió todo.

Eran escrupulosos, eran finos y atinados, y eran solicitados en todo el mundo por su pericia porque venían de estirpe: la forma de vida española es creativa y vigorosamente recia. Se acaba la jornada y en el patio se canta, y nacen matrimonios y alguien coge guitarras, que no de otro sitio sale el flamenco sino de la tierra y el sudor de los hombres. Y en ese magma nació García Lorca y los Machado, Dalí y Torroja, y tantos que no enumero.

La concepción del trabajo lo es por si mismo: hay que hacer esta faena y se hace, cuando se acaba vas a casa. Como sudas llevas pañuelo: con la invasión aviesa del sarraceno del Sahara español se puso de moda el pañuelo moro, pero el pañuelo español es de cuatro nudos en la cabeza, sirve para que el sudor no empañe la vista, para secárselo, para envolver y para todo: el pañuelo lo lavaban las novias en el bibel porque en él le llevaban las flores los novios.

Una vida agrícola, recia, dura, esforzada: una vida rica y creativa, que engrandece a la humanidad con la enorme pléyade de creadores de España a lo largo de toda la historia: de pintores y escritores, arquitectos e ingenieros; músicos y sastres: nunca fuimos industriales porque esencialmente somos del agro, y en ese rango de vida España creó su gloria, la gloria del mundo.

Lawrence Durrell para escribir el Cuarteto de Alejandría tuvo que irse a Corfú; todos los grandes escritores ingleses han pasado “largas temporadas” en España, Italia o Grecia; no tendríamos dinero pero teníamos una vida propia, que es más importante. En Mallorca tuvo que recalar no se qué músico; en Formentera conocí a unos cuantos famosos, todo esto no es casualidad.

En lo único que se diferencian nuestras glorias de las del resto, es que aquí, si se morían de hambre, como que nos caen mejor; por lo demás la calidad siempre es superior, la verdad. Léase a Dumas, su viaje a Cádiz; Léase a Casanova y sus amoríos con Doña Ignacia, en Madrid y sus esfuerzos por Despeñaperros; léase……

Eso es lo evidente, no considero menor la creatividad de torneros y albañiles, fresadores o ganaderos: por todas partes salta la chispa, por todo en España se ve el genio y lo creativo. La industrialización si no se hubiera entregado al horror del capital fiduciario seria algo prodigioso; pero no lo es. Somos un país agrícola, la codicia y el diablo han destrozado lo que de bueno somos, y si algo somos es en el patio aparejando el carro, cortejando a la chica que mañana se acercará (siempre más tarde) hasta el campo a ayudar un rato en la faena y con ella rezaremos el ángelus que Millet os cuenta, que yo he vivido, que tanta gente añora aunque su carencia de referenciales se lo niegue; ya sé que no rezáis, porque ni sabéis las fases del día, pero esto es España y no está ni muerta ni zombi, y las espigadoras de Millet os miran mientras rezan al suelo donde hay enterrado un niño.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenos días Ignacio. Te ruego que esta gran entrada pase al segundo tomo, en libro de papel.Gracias.

Ignacio dijo...

Gracias. Habrá que ver como anda el mundo editorial en papel.