lunes, 2 de febrero de 2015

Y si no cruzas el desierto, el desierto te atravesará a ti.

Los brazos ya trasfunden el umbral del dolor: más de tres cuartos de hora de sermón nos endiñó el cura en La Candelaria, y los gastadores, por error del cabo, estuvimos todo ese tiempo en presenten armas: con el cetme además cargado, y con el cargador largo: con dos cojones, pero la infantería aguantó y los gastadores aguantaron, aguantamos bien, y la Candelaria desfiló aquel año y yo allí de gastador, oyendo a aquel obispo referirse una y otra vez al “Padre Teide” lo cual me chirriaba, la verdad. Desfilamos bien aquel año, la verdad, vistosos y todo eso, con la Virgen.
Sólo soy un soldado de la infantería española, como Calderón, Cervantes, Garcilaso y San Francisco de Borja.
La candelaria marca el final del invierno: aún queda lo más crudo, lo más frío, pero la luz conforta y sosiega, define contornos y aclara brumas, la gente prepara la pascua; los niños empiezan a tener dolores extraños a los que los médicos denominan en farfolla para darse importancia: están dando un estirón, lo normal, pero en esta sociedad de palabrería y demagogia, cursilería y corrección política, todo ha de ser síntoma de algo, patología indefinible, y a todo hay que ponerle etiqueta: que viene la pascua, nos quedan cuarenta días y ya los cuerpos lo notan y los espíritus acusan la cuaresma, y los compungidos y contritos son los más sabios y cautos, los demás se dedican a la maledicencia y la difamación: es la cuaresma, es que el tiempo nos define y conforma
Es La Candelaria: antiguamente había una religión en España, el catolicismo, en la cual se iba a misa y salías de ella con una vela encendida: su simbología tenía, pero no voy a dar clases de religiones antigüas hoy, ya no toca; ayer en Buñol celebraron San Antón, que como cae en martes, pues lo pasan al domingo: niegan la cultura, la tradición, al catolicismo, al catecismo, y a la mínima cordura: con una clerecía así, el diablo hace caja firme. Ayer celebraron San Antón, y este año Jueves Santo cae en martes para alargar el puente: la clerecía va así, menuda recua.
Es La Candelaria, y al pie del Teide la desfilé yo in paucos dies, y ahora veo a la gente totalmente cuaresmal, doliente, compungida, contrita, los niños dolientes por el estirón y la pascua como horizonte, y Telesio levantará el velo a la virgen y este año lloraremos los dos, y será la pascua: en el entretanto, cada cual purgue sus pecados, cargue sus penitencias, asuma su cruz, y se prepare a renacer. Los españoles claro, fuera de las iglesias y lejos de toda clerecía heresiarca y paganizante, que ya son ponzoñosos a fuer de relativos; siguen los hombres aherrojados a la tierra, aunque ni ellos lo saben, pero en sus afanes y contriciones lo muestran y demuestran, y la verdad siempre está ahí, por mucho que quieran enmascararla en ritos de modernidades y alegrías fingidas, por mucho que se nieguen su cuaresma dedicándose a difamar: revelan sus pasiones, revelan la envidia, la bajeza, la vileza: vulgo al que ni hay que echar monedas. Dos hostias y aviados.
Sea La cuaresma, y hasta el infinito presento armas vestido de soldado de infantería española a La Candelaria, porque el hombre es lo que es, y el que se lo niega nunca atina su vida, y aquí anda sobrepuesta a todo la infantería,
vaga al yelo, y al calor

la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la fineza, la lealtad,
el honor, la bizarría;
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son,
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna,
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.

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