lunes, 19 de diciembre de 2011

Certificación de la infamia

Todo el problema planteado acaba siendo si tienen grupo parlamentario o no, y por supuesto, la implicación económica de éste; el argumento más balado ha sido sobre la sujección a la legalidad, y ahí queda todo. Es decir, que cualquier banda de criminales en buscándose un argumentario, por ridículo que sea, si tienen capacidad de extorsión el estado se pone a sus pies: se llama socialdemocracia; ya a nadie extraña: por encima de todo, está la capacidad de extorsión, el estado se pone a los pies: es más evidente la impunidad a criminales, pero no es ajena la impunidad con la que hablan las grandes fortunas, Botín o Roig, o la impunidad abyecta de los políticos: se habla del juicio de Camps, si, al cual se juzga por poquito y quedará en nada; nada se dicen de Pepiño el de los palotes y su obscena fortuna, o la de Bono: sirve de ejemplificación  la familia Regia, sirve cualquier ejemplo, de tantos que hay: el efecto ha sido que desde el estado se ha planteado la creación de instrumentos de extorsión para usos personales y bastante dudosos como son las policías locales, vista ya la pérfida utilización de los instrumentos del estado: nada sirve ni a un bien mayor o España ni a las personas: son tramas de intereses, que quedan certificadas en su legalidad en cuanto tienen el suficiente poder, y nada más; las personas sólo son objetos de uso: se llama socialdemocracia.

Usted no vale nada de nada por sí mismo, sólo en cuanto parte de algo mayor: da igual una banda criminal que un grupo de poder un partido o un sindicato; sólo su capacidad de hacer daño le puede avalar ante el estado, jamás su bondad. Asúmanlo o no, esto es lo que está a la vista, y así de claro.

Solo hay una diferencia entre las grandes bandas: los unos fomentan las pintas rastas y fumar porros condescendientemente, los otros son más partidarios de cinturones a juego con los mocasines y no entras al baile con calcetines blancos; ésa es la única diferencia, en lo demás son exactamente lo mismo,  y ambos quieren ser los amos del mismo baile, que ni la música cambian; con cinismo banal se burlan de las personas: no deben prevalecer.

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