martes, 20 de enero de 2009

Sub Misión

Con estos materiales, entonces se elabora una estructura de la realidad “científica”: quien no la comprende es que no es de “los inteligentes” y los que desarrollan esas murgas hasta sus últimas consecuencias son los “intelectuales” y nunca se reconoce a nadie que no sea de la estructura previamente definida.

Acaba siendo un sistema de adhesión cuasi obligatoria: si no por ley, por imposición social; en la cual, te quedas fuera a poco que discutas las bases del sistema, siempre que no estés en el lenguaje adecuado para estar en el asunto, o simplemente, te parezca aburrido.

Nunca es un proceso consciente hasta que han pasado los suficientes años; pero en algún momento toda persona elige si se enfrenta, o se somete. Suele ser un proceso infantil y casi siempre asociado a cosas que con el tiempo vemos nimias: las vemos nimias, pero son las únicas importantes: condicionan toda la vida de una persona. En el caso de maltratados, es algo lacerante: demos unos años: que lamentablemente veremos las consecuencias de las funestas leyes españolas.

Cuando te enfrentas, te llevas una paliza, o un desprecio grupal, o un maltrato familiar o social, a veces no tiene razón el maltrato, a veces es una niñez, es difícil de predecir y detectar: sólo lo sabe cada uno, y siempre que cada uno no tenga demasiado desarrollada la tendencia de engañarse a sí mismo.

Porque el problema es ese: nos engañamos a nosotros mismos, a veces muy duramente: nos elaboramos una imagen de nosotros y la vamos adecuando a los diversos avatares que nos van sucediendo; si conseguimos en un momento de lucidez (que no son tantos) darnos cuenta de que hemos vivido nuestra ficción y no la vida el avance es infinito: a partir de ése momento estamos realmente liberados (de la esclavitud más dura, la de nosotros mismos) y entonces somos ciertamente libres. El precio de la vida es la propia vida.

Conocemos todos a esclavos de si mismos: lo más evidente es el vestir. No solo la ropa, sino toda la cosmética de la que adornan su vida. No son médicos, o profesores, o arquitectos o ingenieros o intelectuales. Han elaborado un constructo imaginario de como es el metapersonaje y se adecuan a él; se encajan en el traje que se han inventado para sí mismos de la misma manera que hacen que el traje se les adecue.

Así, a poco que penséis no piensan nunca que hacen, o que les apetece hacer: sólo piensan en si lo que quieren hacer, lo que hacen o lo que les apetece encaja en su imagen idealizada, o en como encajarlo en ello. Cuando algo les desencaja, hablan de stress, de no tengo tiempo, estoy muy ocupado o estoy trabajando: son excusas mentales para no enfrentarse a ellos mismos realmente.

Son vidas marcadas por el miedo, el peor de los miedos, el que no se conoce ni se racionaliza.

Porque temen verse desnudos, no siendo nadie: siendo lo que son, simplemente uno más. Simplemente alguien que aprobó una serie de trabas vitales, alcanzó o postuló para un orden social o personal, o económico, y nada más; saben de su vacío y de su pequeñez: por eso lo disfrazan de grandeza.

¿O debería decir disfrazamos?

Buscamos la gloria escribiendo cosas que al verlas publicadas a veces nos aberran: por su falta de sentido, por su pequeñez, por su “normalidad” cuando nos encontramos maravillosos al pensarlas.

Hay un paso más: los que no se liberan así, sino que se crecen en su leyenda propia y cada día se encuentran más maravillosos. A cada cosa que hacen se descubren a sí mismos en su maravillosidad; se asombran de su grandeza y están encantados de haberse conocido a sí mismo.

“...que cosas las que dice, que cosas las que cuenta

Que manera de afeitarse ¡Delante del espejo!”

Estamos hablando todo el rato de la soberbia: las cosas existen a partir del momento en que yo decido que existen, y en la medida en que yo defino su existencia: encuentro a todo solución y a todo explicación; todo lo arreglo, y sé la verdad sobre todas las cosas (...si me hicieran caso a mi...) y emperrados en esa certeza, la gente solemos tomarlos por referentes, suelen ser los más respetados. Se adoran, son dioses de sí mismos.

Metarazonamiento: ¿por qué pensamos que hablamos de otros? ¿Estamos exentos de tal actitud?

O es que nos hemos encajado en el papel de estar “por encima” o “haber superado” esa fase ¿seguro que no soy así?

Si nos hemos despojado de tal mundanidad, somos libres: como una secta de novela buena, nos reconoceremos entre nosotros aunque haya multitudes.

También podemos disfrazarnos de metamundanos, y esa será nuestra cosmética. Seguiremos engañándonos.

Es la soberbia humana, el razonamiento es demasiado evidente en España: creamos un problema, para el que inventamos una solución y así nos creemos que hemos salvado el mundo. Al mundo le queda el problema original, el generado, el problema que causa la presunta solución, y el superhombre que nos ha salvado.

La cultura reconoce a sus héroes, aunque la sociedad no lo haga; aunque se intenten imponer héroes de propaganda o líderes de si mismos, líderes de contrato; líderes de TV con salario y capital, de traje y corbata para vestir informal, líderes de retrato en la columna social, son tan líderes y tan efímeros como su propio nombre indica: la nada. Intentaron hacer lideres, todos, y elevar a altares civiles a gentes y épocas, heroizar la algarabía gabacha llamada revolución, intentan hacer de un pobre criminal que no asumió que una chica lo dejara un héroe romántico llamándolo guevara, al pijo resentido; o a la momia de Castro, el Coma andante: más que lo intenten, no perdurarán.

La condición del héroe es la entrega. No se importan nada a sí mismos; lo dan todo por su gente en un momento dado. Lo dan todo: dan su vida, sin saber que lo están haciendo; entregan todo, sin consciencia de sí mismos sino por defender su tierra, la justicia, al hombre.

2 comentarios:

o s a k a dijo...

muchas ideas en muy poco espacio

en la construcción de la leyenda propia, del personaje que uno desea ser gratis, sin pagar el precio (y siempre hay un precio), en este tema nuclear de la soberbia, muchos serán capaces de argumentar que lo llevamos grabado en el código genético y que la persona necesita sentirse segura de sus decisiones y de la visión del mundo que las motiva. También dirá que Dios es un producto del cere4bro, y los valores más altos quedarán reducidos a meras soluciones evolutivas (¿evolución "hacia dónde"?).

y al negarse la mitad de las preguntas y mirar solamente la sección del paisaje que les complace, se pierden el camino y sus recompensas

y no evitan sus dolores, que más bien engordan

la soberbia está en el hombre, pero no le constituye

sólo constituye lo que soporta, lo que sustenta, lo que sirve de basamento y guía, lo que eleva, consolida y afianza

y al hombre sólo lo constituye el amor

todo lo demás son excusas para no hacerse preguntas y seguir dentro de uno mismo, lamiéndose las heridas complacidos

n a c o
podríaseguir

Mary White dijo...

Yo soy una de las que describes.Lo reconozco. Y es cansadísimo.