El cardenal Cisneros sólo impuso a Nebrija una maldad: los taberneros no le podían servir vino hasta que se ponía el sol; sólo él podía sistematizar la gramática y hacer de este modo la puerta del conocimiento, a la vez que la universidad; al tiempo, cualquier mierda de cualquier puesto de la administración, ya no digamos si está en la enseñanza, aunque sea de bedel, da lecciones y se atreve a gritar a la gente: eso sí: usan la gramática que les dan con el periódico del pais de obligatorio cumplimiento, y son capaces de enmendar al Papa: véase Pepiño, epítome de los triunfadores de la cultura en España: cualquiera señala faltas de ortografía, según una gramática que se elabora acorde a unos criterios en los cuales nadie ya sabe hablar y una banda de memas mal folladas dicen que hay que hacer que el Castellano no provenga del latín para que no sea tan machista. Todo vale para denigrar a cualquiera, máxime si le podemos dar, está sólo, o le pillamos en una debilidad: no le pagaremos el vino en la noche, por si hace una gramática, además. (no mencionaré la preceptiva literaria: ni saben que eso existe, y si alguno ha llegado hasta aquí, acaba de descubrir que eso existe)
Es España.
El hijo de Carlos I negó la amistad prometida y la palabra dada: el arzobispo Carranza sin ser hereje y sabiéndolo todo el mundo de su época, de ésta y de cualquiera, se comió el proceso de la inquisición más denigrante para la especie humana jamás habido; a las coimas y verduleras en los mercados les encanta seguir poniendo sambenitos y proclamando herejías; siempre hay alguien a quien señalar.
Siempre hay una mentira que decir; en tal de brillar en salones ficticios y creerse James Bond en Casinos de furcias a bajo precio.
Ya Quevedo señalaba a los vividores de villa y corte, que mediaban por todas partes para acabar siendo apesebrados al presupuesto, bajo cualquier excusa: Carlos de Seso es un gran ejemplo de ello; a fecha de hoy y mediante el control de unos presuntos medios de presuntas comunicaciones y presuntos conocedores de “la” verdad sigue picando la gente en que se ha de solventar todo según los criterios de la villa y corte. Mediante oficinas, salones, mancebías y demás centros, pero todo ha de pasar por ello, y la gente sigue convencida: a los vividores les sigue funcionando; como si la villa y corte además de nada tuviera algo.
Vividores, aprovechados, ladrones de toda condición, coimas, furcias, pilinguis, pendones, y demás fauna de tales pelajes siguen haciendo el agosto en España. Y aquí todo vale, mientras se diga en idioma políticamente correcto; que es la degradación de la persona a mero instrumento social: los utilizan y además se quedan encantados.
Y no pasa nada, de nada: aunque elaboremos un complicado lenguaje tal cual las normas gramaticales de Bastida, y apliquemos a la realidad el método paranoico delirante, por mucho que lo explique, la gente sigue creyendo que eso les pasa a los demás, mientras ellos mantienen una creencia de que están libres de ello: son los esclavos encantados de serlo, y al fin y al cabo, aquí, o saltamos por la plaza de los Marinos Efesios; o nos vamos con la barca hacia el Santo cuerpo, porque si te quedas, te machacan.
Incapaces de reconocer la excelencía, demuestran sus sabias dotes de linchamiento. Lo llaman democracia.
Como toda esta percepción de uno mismo es una falacia y se basa en la propia apreciación benevolente de la persona (“la autoestima”, en cursi) tiene unos cimientos de una increíble estolidez: la envidia, y una proyección social: el odio.
2 comentarios:
Tengo yo para mi que fue Felipe II el que echó a Carranza en manos de la Inquisición.
Recordemos que Carlos I y V muere en 1552 y el proceso de Carranza empieza en el 1559.
Los estertores de la muerte del emperador los consuela Caranza y le da la extramaunción: demuestra Tellechea que la trama ya estaba tendida: Felipe II traiciona a Carranza; lo tengo escrito por ahí, si se publica alguna vez te lo explicaré mas adecuadamente pero a este hombre lo traicionó todo el mundo: menos unos cuantos: Las Casas,....la gente de bien vamos.
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