viernes, 30 de enero de 2009

Al borde de la senda infinita

La senda está trazada. Desde la Lex Augusta hasta hoy, viniendo de los jardines colgantes de Babilonia que pasaban por las Thermópilas mientras Justine se bañaba en el lago Mareotis y Antinoo se suicidaba en el Nilo por Amor a su patria más que a su emperador, la senda es continua: la senda infinita que simplemente se camina: vamos, llegaremos: jefe la faena está hecha, vuelvo a casa, vuelvo al camino, hasta que cantemos el nunc dimmittis y ahí se acabó. O no. Pero nada somos, y más nos empeñamos en nuestra propia identidad más la perdemos: el hecho individual se pierde en la historia; la persona nada importa, realmente ¿a quien le importa ahora no ya Cervantes: Dalí? tan sólo su obra; lo otro lo llamamos estudio, tan sólo pretendemos asumirnos mejor a nuestra cultura indagando a las personas: que no somos por nosotros sino por la cultura que nos constituye y organiza.

Que ni la hemos inventado, ni realmente la poseemos; más la intuimos y le pertenecemos que la elaboramos.

La expresión más elevada de las normas de conducta y de la conservación cultural es el evangelio: el resumen, la pauta.

Entra dentro de la normalidad de crecimiento personal inventar el mundo; nada nuevo bajo el sol; forma parte de nuestra educación el asombrarnos de la capacidad del lenguaje para crear la ciencia, y poder entender el mundo con otro idioma que el percibido en el entorno inmediato: pero la ciencia sólo es un método de entender los fenómenos físicos; y por ende además limitada; el estudio nos devuelve siempre a nuestra esencia, siempre falible limitada y definida por el acceso a la máxima entropía y lo evanescente del tránsito: aunque venimos de Babilonia pasando por las Thermópilas, segundo piso, ascensor: Times Square es esquina de la plaza de los Marinos Efesios y mi vecino no es mejor que los íberos excavados: y además, la máxima expresión de la tecnología a fecha de hoy se refleja en los veleros de la Copa América, la navegación a vela es lo más evolucionado; y no es un chiste.

La Alhambra de Granada no es sino una casa romana, un poco excedida en su tamaño; las casas se conforman conforme al rigor de la familia y a sus necesidades, evolucionando en la estructura del pueblo, para ser a más porque las familias han ido prosperando, hasta que llegó la repugnante socialdemocracia, intentando unificar uniformizando a la gente: hasta en la vida intima. Han conseguido configurar la primera generación en la historia de la humanidad que deja menos herencia que la recibida: pero ellos tienen razón: efecto Dunning.

Las casas lo son porque son de las familias: no la hacen las paredes; el abandonar la estructura de pueblos de España es negar nuestro pasado, con campanarios y toques, para una presunta evolución cientifista hacia la nada: la insatisfacción es una de las cosas que mejor se ven en la sociedad. Y mientras no se vea que una sensación de origen lleva a la gente a los pueblos (que no urbanizaciones, estructuras perversas) esto no tendrá fin: la degradación es la ley: se niega a la familia, y así justificamos la perversa manipulación de la realidad.

Así justificamos la ridícula política energética y su dilapidar incesante, justificamos la negación de la cultura quitando crucifijos, justificamos cualquier crimen siempre que sea en nombre de la progrez, y degradamos a las personas en su ser y su bondad.

Hay que volver a los orígenes: teniendo principios, vendrán las soluciones.

Desde las centuriaciones romanas, el uso del suelo está bien estabulado; el uso del agua lo certifica el tribunal de las aguas; la ordenación del espacio por tanto sigue un curso establecido, que viene de Roma y lleva al transbordador espacial. Las ensoñaciones de película de risa de dominar la humanidad y que caigan absolutamente todos rendidos a mis pies por mi sabiduría y humildad es lo propio de un niño que crece; impropio de cualquier persona madura: infumable en un gobernante o aspirante.

El desarrollo de la civilización ha llevado la ampliación del imperio Romano; y ese camino es el que recursivamente ha dado soluciones, y no ha generado problemas: la envidia suscitada devino en una invasión mora, que vinieron en pateras, como ahora, aparentando lo que no eran, y toda la morralla detrás: no aportaron nada, rompieron todo y luego lloraron su pérdida, pero no repicaron lo hecho al otro lado del Atlas: eso si, odiaron a tope, mantienen el odio, no lo disuelven trabajando, hasta que llegue el día de generar nuevos odios.

El proceso de decadencia es el proceso de postmodernismo y la corrección política: la disolución semántica de todo significado rotundo hace que cualquier cosa sea aceptable: así ponen bombas…”pero no explotaron” o no hicieron daño…de casualidad; “no tenían intención” quien no tiene intención de hacer daño, no pone una bomba. Quien pone una bomba es un asesino. Quien rebaja disolviéndolo en adjetivos su memez es un gilipollas; quien da pábulo a semejante sistema es un colaborador activo, pasivo y circunflejo: en éste momento, no hay ninguna duda de la connivencia en la negociación con las bandas de asesinos. Cuando lleguen elecciones, cualquier voto va en abundancia de su infamia: cualquier voto a cualquier formación: sólo la destrucción de éste sistema es lo bueno, lo demás es fomentar el mal y a esas bandas; enrocarse en adjetivos para autojustificarse, otra infamia.

Ahora dejan de hablar mal de la construcción las TV tan progres, y por supuesto ya no se meten con constructores: se ha sabido sus socios, y eso no es políticamente correcto.

Solucionar los problemas de suelo en España, es fácil: sígase con la lex Augusta, y las cosas solas rodarán y se generará riqueza: pero no; hasta los más conspicuos se entregan a modos foráneos y religiones extranjeras de alta infalibilidad.

El creer que comprendemos el mundo y que podemos rendirlo a nuestro placer forma parte de nuestro crecimiento; el darnos cuenta de que no, es la maduración. Instalarnos por todo o por parciales en una adolescencia sin solventar es lo válido a fecha de hoy: véase la casta política, y demás engendros en general; queda como afición lo que fue pasión; y vamos progresando, con cierta tendencia a la humildad que se percibe claramente en algunos; se desconoce en la soberbia, se ignora en la progrez: pero que les vas a pedir: no dan para más.

La ciencia es necesaria; se manifiesta en la tecnología, es la herramienta; pero de ello hacer un paradigma de lo humano o asumirlo a una religión, es una falacia per se, además de índole científica: es la incompletitud de Gödel. Rendirse a la evidencia implica dos cosas: que se madura como persona despersonalizándose uno mismo asume quien es, y que se ve las cosas con la necesaria perspectiva: negar que nuestra cultura lo es por la religión, obviar eso, relativizarlo o negarlo, es una estupidez; negar las catedrales, es negarse a sí mismos, y ante esa patología enfermiza pueril e indecente, se ha de enfrentar la familia, pero no ha de asumirla la sociedad. Que digan lo que quieran: sólo hay una cultura, la cristiana, que no es casual que el mundo civilizado lo sea por el cristianismo; que no es casual la barbarie y el hambre en el resto.

Siento mucha impotencia cuando se me habla de sincretismos, o de diálogo, o cuando los cristianos se prestan al juego de “comparar” teologías: solo hay una teología, la católica. Lo otro, dejémoslo.

Pero la comparación es otra: mucho más evidente: denme un sitio donde traten mejor a las mujeres que en el mundo cristiano; denme otro lugar donde haya comparables a las catedrales góticas, a Dalí; denme escritores del nivel de Torrente Ballester; denme algo que pueda ponerse “cerca” de Bach. ¿algo comparable a Blade Runner?

Que no sea creyente no implica mi estupidez: quien se instale en ello como una religión sólo manifiesta su estulticia; la sustitución por “algos” es sólo una muestra de debilidad mental.

El hombre lo es porque asume su pasado y se proyecta al futuro: desde la Lex Augusta, a la estación espacial; el hombre lo es para si mismo y por ende para la humanidad: son los progres los primeros que en la historia de la humanidad como generación van a dejar menos herencia de la que han recibido: de victoria en victoria hasta la derrota final, destrozan y no crean: ese es el problema del mundo civilizado, hoy.

Asumamos quienes somos, que si no no sabremos a donde vamos, porque nunca sabremos de donde venimos.

La senda está trazada: el camino nos perpetúa. Avancemos.

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