La senda está trazada. Desde la Lex Augusta hasta hoy, viniendo de los jardines colgantes de Babilonia que pasaban por las Thermópilas mientras Justine se bañaba en el lago Mareotis y Antinoo se suicidaba en el Nilo por Amor a su patria más que a su emperador, la senda es continua: la senda infinita que simplemente se camina: vamos, llegaremos: jefe la faena está hecha, vuelvo a casa, vuelvo al camino, hasta que cantemos el nunc dimmittis y ahí se acabó. O no. Pero nada somos, y más nos empeñamos en nuestra propia identidad más la perdemos: el hecho individual se pierde en la historia; la persona nada importa, realmente ¿a quien le importa ahora no ya Cervantes: Dalí? tan sólo su obra; lo otro lo llamamos estudio, tan sólo pretendemos asumirnos mejor a nuestra cultura indagando a las personas: que no somos por nosotros sino por la cultura que nos constituye y organiza.
Que ni la hemos inventado, ni realmente la poseemos; más la intuimos y le pertenecemos que la elaboramos.
La expresión más elevada de las normas de conducta y de la conservación cultural es el evangelio: el resumen, la pauta.
Entra dentro de la normalidad de crecimiento personal inventar el mundo; nada nuevo bajo el sol; forma parte de nuestra educación el asombrarnos de la capacidad del lenguaje para crear la ciencia, y poder entender el mundo con otro idioma que el percibido en el entorno inmediato: pero la ciencia sólo es un método de entender los fenómenos físicos; y por ende además limitada; el estudio nos devuelve siempre a nuestra esencia, siempre falible limitada y definida por el acceso a la máxima entropía y lo evanescente del tránsito: aunque venimos de Babilonia pasando por las Thermópilas, segundo piso, ascensor: Times Square es esquina de la plaza de los Marinos Efesios y mi vecino no es mejor que los íberos excavados: y además, la máxima expresión de la tecnología a fecha de hoy se refleja en los veleros de la Copa América, la navegación a vela es lo más evolucionado; y no es un chiste.
La Alhambra de Granada no es sino una casa romana, un poco excedida en su tamaño; las casas se conforman conforme al rigor de la familia y a sus necesidades, evolucionando en la estructura del pueblo, para ser a más porque las familias han ido prosperando, hasta que llegó la repugnante socialdemocracia, intentando unificar uniformizando a la gente: hasta en la vida intima. Han conseguido configurar la primera generación en la historia de la humanidad que deja menos herencia que la recibida: pero ellos tienen razón: efecto Dunning.
Las casas lo son porque son de las familias: no la hacen las paredes; el abandonar la estructura de pueblos de España es negar nuestro pasado, con campanarios y toques, para una presunta evolución cientifista hacia la nada: la insatisfacción es una de las cosas que mejor se ven en la sociedad. Y mientras no se vea que una sensación de origen lleva a la gente a los pueblos (que no urbanizaciones, estructuras perversas) esto no tendrá fin: la degradación es la ley: se niega a la familia, y así justificamos la perversa manipulación de la realidad.
Así justificamos la ridícula política energética y su dilapidar incesante, justificamos la negación de la cultura quitando crucifijos, justificamos cualquier crimen siempre que sea en nombre de la progrez, y degradamos a las personas en su ser y su bondad.
Hay que volver a los orígenes: teniendo principios, vendrán las soluciones.
Desde las centuriaciones romanas, el uso del suelo está bien estabulado; el uso del agua lo certifica el tribunal de las aguas; la ordenación del espacio por tanto sigue un curso establecido, que viene de Roma y lleva al transbordador espacial. Las ensoñaciones de película de risa de dominar la humanidad y que caigan absolutamente todos rendidos a mis pies por mi sabiduría y humildad es lo propio de un niño que crece; impropio de cualquier persona madura: infumable en un gobernante o aspirante.
El desarrollo de la civilización ha llevado la ampliación del imperio Romano; y ese camino es el que recursivamente ha dado soluciones, y no ha generado problemas: la envidia suscitada devino en una invasión mora, que vinieron en pateras, como ahora, aparentando lo que no eran, y toda la morralla detrás: no aportaron nada, rompieron todo y luego lloraron su pérdida, pero no repicaron lo hecho al otro lado del Atlas: eso si, odiaron a tope, mantienen el odio, no lo disuelven trabajando, hasta que llegue el día de generar nuevos odios.
El proceso de decadencia es el proceso de postmodernismo y la corrección política: la disolución semántica de todo significado rotundo hace que cualquier cosa sea aceptable: así ponen bombas…”pero no explotaron” o no hicieron daño…de casualidad; “no tenían intención” quien no tiene intención de hacer daño, no pone una bomba. Quien pone una bomba es un asesino. Quien rebaja disolviéndolo en adjetivos su memez es un gilipollas; quien da pábulo a semejante sistema es un colaborador activo, pasivo y circunflejo: en éste momento, no hay ninguna duda de la connivencia en la negociación con las bandas de asesinos. Cuando lleguen elecciones, cualquier voto va en abundancia de su infamia: cualquier voto a cualquier formación: sólo la destrucción de éste sistema es lo bueno, lo demás es fomentar el mal y a esas bandas; enrocarse en adjetivos para autojustificarse, otra infamia.
Ahora dejan de hablar mal de la construcción las TV tan progres, y por supuesto ya no se meten con constructores: se ha sabido sus socios, y eso no es políticamente correcto.
Solucionar los problemas de suelo en España, es fácil: sígase con la lex Augusta, y las cosas solas rodarán y se generará riqueza: pero no; hasta los más conspicuos se entregan a modos foráneos y religiones extranjeras de alta infalibilidad.
El creer que comprendemos el mundo y que podemos rendirlo a nuestro placer forma parte de nuestro crecimiento; el darnos cuenta de que no, es la maduración. Instalarnos por todo o por parciales en una adolescencia sin solventar es lo válido a fecha de hoy: véase la casta política, y demás engendros en general; queda como afición lo que fue pasión; y vamos progresando, con cierta tendencia a la humildad que se percibe claramente en algunos; se desconoce en la soberbia, se ignora en la progrez: pero que les vas a pedir: no dan para más.
La ciencia es necesaria; se manifiesta en la tecnología, es la herramienta; pero de ello hacer un paradigma de lo humano o asumirlo a una religión, es una falacia per se, además de índole científica: es la incompletitud de Gödel. Rendirse a la evidencia implica dos cosas: que se madura como persona despersonalizándose uno mismo asume quien es, y que se ve las cosas con la necesaria perspectiva: negar que nuestra cultura lo es por la religión, obviar eso, relativizarlo o negarlo, es una estupidez; negar las catedrales, es negarse a sí mismos, y ante esa patología enfermiza pueril e indecente, se ha de enfrentar la familia, pero no ha de asumirla la sociedad. Que digan lo que quieran: sólo hay una cultura, la cristiana, que no es casual que el mundo civilizado lo sea por el cristianismo; que no es casual la barbarie y el hambre en el resto.
Siento mucha impotencia cuando se me habla de sincretismos, o de diálogo, o cuando los cristianos se prestan al juego de “comparar” teologías: solo hay una teología, la católica. Lo otro, dejémoslo.
Pero la comparación es otra: mucho más evidente: denme un sitio donde traten mejor a las mujeres que en el mundo cristiano; denme otro lugar donde haya comparables a las catedrales góticas, a Dalí; denme escritores del nivel de Torrente Ballester; denme algo que pueda ponerse “cerca” de Bach. ¿algo comparable a Blade Runner?
Que no sea creyente no implica mi estupidez: quien se instale en ello como una religión sólo manifiesta su estulticia; la sustitución por “algos” es sólo una muestra de debilidad mental.
El hombre lo es porque asume su pasado y se proyecta al futuro: desde la Lex Augusta, a la estación espacial; el hombre lo es para si mismo y por ende para la humanidad: son los progres los primeros que en la historia de la humanidad como generación van a dejar menos herencia de la que han recibido: de victoria en victoria hasta la derrota final, destrozan y no crean: ese es el problema del mundo civilizado, hoy.
Asumamos quienes somos, que si no no sabremos a donde vamos, porque nunca sabremos de donde venimos.
La senda está trazada: el camino nos perpetúa. Avancemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario