domingo, 1 de mayo de 2016

Amartillando

La vida contemplativa es superior a la vida ajetreada: aversión a la modernidad, generan estos tiempos de zozobras y metas a plazo fijo que condicionan cualquier menester. “María eligió la mejor parte, y no le será arrebatada” y dicho por Cristo, dicho queda.
Nietzsche definió la modernidad como un padecimiento de un virtuosismo impuro, y tal se manifiesta; todo el mundo se pasa el día apurado y sin tiempo: si no hacen deporte (obligatorio en estos tiempos de sumisión al espíritu imperante, el zeitgeist) tienen citas imperdonables, incluyendo la obligatoria borrachera semanal, la asistencia social a ritos semanales de presencia y alarde; sumisión a toda moda, con complacencia y entrega.
Ahora conmemoran la “fiesta de los trabajadores” por real decreto del imperio plutocrático: los trabajadores hacen cosas durante unas horas tasadas, siempre más de ocho, por supuesto, sin queja, ni protección ninguna por los sindicatos del régimen, que sólo han servido como nido de holgazanes y refugio de trapacerías: y encima el presidente del gobierno otorga a los jefes de estas cuadrillas de facinerosos la medalla al mérito en el trabajo: es que aún nos pasa poco, la verdad, menuda recua tenemos en todos los ámbitos del poder.
Es San José Artesano: la fiesta del trabajo. El carpintero ha de hacer un mueble, se lo plantea, lo hace, lo acaba, y a otra cosa; sin agobios, un trabajo bien hecho, y bien ejecutado: y luego, al siguiente. El alarde de cientifismo sólo es una sumisión a la tecnología de tal modo que la gente ya no sabe ni de qué trabaja, ni para qué, ni si tiene algún valor, ni en que moneda cobra, ni si tiene valor esa moneda.
Ése es el trabajo que redime, se disfruta, causa gozo, cansa, y vale. Una rutina de horas haciendo algo tecnológicamente rutinario y sin valor: lo dejó definido CHaplin en su película; el trabajo moderno es una justificación del sistema para su propia justificación, y todos a servir al sistema cumpliendo las modas obligatorias: sea corriendo, práctica que denominan en inglés, y se visten conforme dicta un canon; sea de fiesta, bebiendo lo que la moda dicta, con la ropa adecuada……y celebrando halloween, la fiesta del trabajo… antes, el de la mujer trabajadora, que quedó en día de la mujer a cuenta de este escrito mío; y todos sometiéndose al becerro de oro tan bien reflejado en la adoración al dólar de la plutocracia.
Todo en sajón, todo en beneficio del bando heresíarca de Trento, de adoración al dinero, y no del dinero como herramienta y no fin en si mismo.
Y la modernidad sólo se justifica en su propia justificación: las famosas ocho horas que ahora los sindicatos nada deploran, son por una huelga en CHicago, y la de alaridos, algaradas y animaladas que hemos padecido a cuenta de las ocho horas y los derechos de los trabajadores: derechos que ahora, en España, en Buñol, son pisoteados, y nadie dice ni mu, ni defiende a los trabajadores.
Y se está llenando todo de lumpenproletariado, pero olvidan su propio lengüaje conforme convenga, Gramsci dixit, ellos acatan.
Pero claro, todo se fundamenta en la modernidad; la tradición ha de ser relegada para justificar esta animalada que padecemos, porque no nos vamos a sujetar a las leyes de Indias:


Por la Ley VI, Libro III, Título VI, Felipe II, en 1593, ordena: “Todos los obreros trabajarán OCHO HORAS CADA DÍA, cuatro en la mañana y cuatro en la tarde en las fortificaciones y fábricas que se hicieren, repartidas a los tiempos más convenientes para librarse del rigor del Sol, más o menos lo que a los Ingenieros pareciere, de forma que no faltando un punto de lo posible, también se atienda a procurar su salud y conservación.

Pero claro, esto es muy antigüo, y no lleva el aderezo adecuado de la propaganda, sólo cuatrocientos años antes de CHicago los españoles ya cuidaban a los suyos. ¿Y la sanidad? ahora quieren hacer doctorados en enfermería, licenciados en barrendero, y les convalidan para cardenales, pero por lo civil.
Los hospitales son los sitios que las órdenes monacales crearon y mantuvieron, para descanso y alivio de los peregrinos; por las obligaciones de la misericordia, todos los monasterios atendían a los enfermos: y si hacía falta médico, se le llamaba, y pagaba la Orden, que la pobreza siempre ha existido y los médicos eran escasos: las monjas cuidaban, curaban, sanaban y aliviaban casi todo, menos donde no llegaban, que se llamaba al médico: pero esto nunca ha existido, la enfermería la inventó una Nightingale sajona con mucho ego y propaganda; nunca los hospitales y conventos han atendido enfermos. No; inventémonos una Edad Media de oscuridad, opresión y terrible, mezcla de serie de tv y horrores varios, y mucha inquisición: olvidemos que si funcionaba la justicia en España era por el sistema procesal establecido por la Inquisición: cualquier acusado por ésta, tenía más garantías que cualquier reo de la administración de justicia hoy.
Pero es que no es moderno.
Tampoco lo era el Padre Jofre cuando hizo el primer hospital para enfermos mentales del mundo en Valencia: la enfermedad mental es algo que existe según la moda de las farmacéuticas y sus productos, y según el tratamiento, se clasifica la enfermedad, y así el sistema se mantiene, y si no, se encierra a quien sea en una cárcel química espantosa, y se mantiene al enfermo en su infierno, sin alivio ni consideración, pero con mucho bombo y mucha psicología que clasifica según dictamina el DSM IV, que el V no lo han sacado por las discrepancias de los colectivos homosexuales de San Francisco: quieren, ellos, mantener la homosexualidad como enfermedad mental, y que no se desclasifique como tal, y en ello están mientras lo que en sí es una herramienta de control de gasto de las compañías de seguros médicos, el DSM, es prefigurado como el vademecum de la enfermedad mental.
Apañados estamos.
Se les trata según los fármacos, no según la compasión, la consideración o el respeto. Igual a un analfabeto que al más ilustrado, en términos de “eficacia y eficiencia
Loor de la modernidad; todo tecnológicamente ideado, y mal ejecutado, porque es imposible; pero justificando la tecnología como ciencia, tenemos el corpus de justificación de la sumisión a la plutocracia y la adoración al becerro de oro justificada: gano tanto, ergo soy; y no, no es así: los que son, no lo son por el dinero; y siempre es una herramienta, no un fin: ser persona no es tasable, cuantificable, mensurable ni mucho menos validable: la tradición nos condiciona a que cada uno somos únicos, personas, e irrepetibles en nuestro propio valor, medida y dimensión, a todos los efectos, y cada cual aplique su albedrío; la modernidad nos rebaja a ciudadanos: todos iguales, ergo todos han de bailar al mismo son, y todos han de ser igualmente despreciados, y sólo valorados en función de su cuenta corriente.

Maria autem meliorem partem elegit, quae non auferetur ab ea.

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