viernes, 13 de junio de 2014

El río, Josephsplatz

En la esquina de la plaza, entre la humedad del Danubio El tercer hombre se despide de su amigo para ir a traficar insulina escondida en féretros donde reposan los restos de los niños de las segadoras de Millet “Suiza tiene paz y relojes de cuco, aquí hay negocio” o algo así dice, es un sinvergüenza en cuyo honor en el café de tal esquina adecúo la ginebra entre brumas antes de ir a ver al cuerpo de baile, o a escuchar la marcha Radetzki como si no hubiera otro lugar en el mundo que el palacio imperial de Viena: cada uno tiene sus filiaciones, y la carga que me pesa del Danubio, Viena y la música es más algo patológico que fácilmente explicable.
La música es esencial en mi vida, y hasta las mujeres tienen su tempo y su banda sonora que emana de su recuerdo, que exaló su cuerpo, que se bailó entre las corcheas fuera del tiempo: las orquestas tienen una belleza y un rigor formal más propio de Lecter que mío, no siempre me siento cómodo ante el aspecto formal del espectador de ballet y orquesta; soy supongo más pueblerino que las bellotas (que nacen con la boina puesta) aunque no tenga la sensibilidad embotada o dirigida: el único que ha entendido el rigor místico profundo de la obra de García Márquez ha sido El Lebrijano, que resume perfectamente el vigor de la obra cuando la canta: la santa es Santa Sofía de la Piedad y junto al Laurel centenario tengo preso al Coronel Buendía y hoy lo liberaré de la cadena, Cien años de soledad ya han sido para él suficiente castigo y debe volar libre a su próxima revolución; la cuestión de la música de orquesta anda ligada a la suma pericia y la encuesta unificada del tiempo y la belleza; pasean sus instrumentos por la Josephsplatz los músicos atildados, pasean sus instrumentos los informales jóvenes por la plaza del pueblo en Buñol, el Lebrijano nos cuenta historias, Paco de Lucía sigue, tras su muerte, asombrándome de su alto rigor místico: en Buñol los chavales cargan cajas enormes con los pequeños ataúdes donde reposan las espigadoras de Millet bajo el implacable sol del estío agostador que nos abraza, y entre el tempo, el cante la improvisación y la solidez concentrada andan tiempos, hacen chistes y bromas y visten pantalones con colores detestables, y tocan con el vigor de la reciedumbre y dureza de nuestro monte, que Buñol es agreste y feraz, y además de analizar a Bach son alegres y divertidos, y saben tocar con primor, que los montes callan a escuchar el ensayo general del Litro junto al rio, bajo los montes.
Liberaré al Coronel Buendía, y con más nerviosismo que en la Josephsplatz escucharé al Litro en su ensayo general esta noche, junto al río, donde Pepe de Lucía canta al arrullo, al arrullo del agua y yo
recuerdo tu nombre
y se me parte el alma.
Porque La Relación es la del hombre con la tierra, marmolada en Los Evangelios y certificada en la niñez, que es la patria de los hombres.

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