La envidia es roja, verde y amarilla. La manifestación de la envidia no es jamás evidente: se solapa y se justifica, al modo habitual del mal: siempre tiene una justificación, siempre es una razón, siempre hay un motivo. Nadie se reconoce en la envidia; nadie apea su leyenda personal y reconoce la excelencia de otro, nadie la ve en sí mismo: sólo en los demás. Es la imposiblidad de reconocer en otros la excelencia que es imposible de alcanzar por nosotros mismos, en ese caso, se denuesta al otro: es la forma de admiración perversa: debías haber puesto este adjetivo, en vez de este otro, debiste usar el cinco con ocho en vez del cinco con siete; no está mal, pero puede ser mejorado: es el manifestar la carencia de alguna habilidad don o presencia que el otro muestra y a tí te fascina pero no asumes que pueda existir fuera de ti. Está en la condición humana, y es ahora la forma social habitual: tanto los palmeros como los que denuestan a Jiménez Losantos mantienen el mismo grado; quieren tener el poder de simplemente con su argumentación haber conseguido lo que él ha conseguido; no se reconocerán en la envidia, sino que "eso no se hace así" "debería ser menos vehemente" o invocando poderes mayores "la iglesia no debería permitir eso" excepto reconocer que si se ha colocado el numero uno es precisamente porque hace las cosas a su modo: el querer fagocitarlo, que sea como yo quiero que sea, muestra mi envidia hacia el, no que él sea malo, sino mi maldad.
No me interesa el problema de Jiménez Losantos: es una prueba de la manifestación de la envidia. Es personal, y transferible: su capacidad expansiva es envidiable por los virus; y la gente somos carne de esa mierda; no nos reconocemos en nuestras carencias, por tanto no valoramos las excelencias ajenas.
Desde que abrí el blog las manifestaciones de la envidia han sido todas del mismo jaez; un miserable blog lost in the stars ha sacado a la luz miserias engaños falacias en cualquier canto: los niños crecen y van mamando eso, de modo que lo normal, la norma de conducta es la envidia, no la búsqueda de la excelencia; si a la envidia eres ciego estás muerto; si no eres envidioso, es un lenguaje imposible de entender para ti, y ellos no comprenderán jamás que están poseídos por la envidia: acabaras en un centro de tratamiento psiquiátrico, porque la psicología no sabe lo que es la envidia.
Simplemente con la enumeración de los pecados capitales y definiéndolos, haciéndolos comprensibles, la educación en España generaría una sociedad más libre; escondamos eso: nadie se conozca a sí mismo, así responderá mejor a los resortes que el poder establece: todos dirigidos a las más bajas pasiones y conspicuidades humanas; nada a la excelencia.
No hay nada mas inútil que estos escritos
instalados entre nosotros y el viento;
ni nada queda más lamentable que el diario electrónico
que cada día dejamos apalabrado en la pantalla.
Y por eso La galaxia se proyecta hacia el infinito levitando hasta que nos llame el santo cuerpo iluminado.
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