miércoles, 29 de agosto de 2007

La sonrisa del gato de Alicia



El bien conoce al mal, y lo puede comprender: el mal sin embargo ni se entiende a sí mismo. Son estados de la evolución ontológica del ser, de las personas, no sociales ni públicos ni compartidos; son como un conocimiento hermético: penetrar la hermenéutica de la persona para poder estar en la mayéutica de la vida.

El estadio de maduración de la persona se establece en cada uno, y cada cual sabe cuándo cree que ha madurado. Todos creemos que lo hemos hecho. Todos sabemos que ya “hemos llegado” y siempre la vida nos sorprende.

Penetrar la esencia de uno mismo, quitarse toda importancia, saber quien no se es sobre todo más que quien se es, y saber que realmente nada valía tanto la pena, ni siquiera tu mismo, implica un proceso de trascendencia personal que te hace liberarte de tu leyenda personal, y ver al ser en sí mismo, cargado de miedos y problemas no resueltos y otros de imposible solución.

Si te instalas en la inmadurez, eres presa fácil del pensamiento banal, lo políticamente correcto, las sectas y las falsas religiones.

En esas tesituras, la vida va yendo, el tiempo corre y pasa y se te supone por la estructura cultural un estadio personal; y te encajas a esa apariencia, lo cual siempre es un gran error. Y normalmente es un encaje en una posición cómoda para uno mismo, una leyenda personal feble pero encajada en uno mismo de manera adecuada.

Casi siempre totalmente inmadura.

Entonces ahí los tenemos. No han seguido avanzando; instalados intelectualmente en un momento de su evolución personal, desde ahí se mide el mundo. Una adecuada observación te da una adolescencia por resolver casi siempre, realmente. Pero nadie es consciente, y no puedes ir diciendo por ahí a zp que ya le toca superar su adolescencia sin ir más lejos.

Cuando crees que “dominas el mundo” porque te has elaborado un constructo de la realidad en el cual todo encaja según un esquema que tú mismo crees haber elaborado, cuando algo te sorprende buscas las referencias a las que aherrojarte, y elaboras una nueva situación en la cual ninguna de tus percepciones de la realidad cambia.

Cuando las cosas se te escapan, es que hay poderes superiores a los que no tienes adecuadamente controlados: es el momento de la santería, el vudú, los chacras, el karma los libros de autoayuda, el horóscopo, la psicología y la última moda en religiones extranjeras de alta infalibilidad.

Pero, como realmente sabes que tú sí controlas, es cuando te das cuenta de que los planes que tenías para dominar el mundo no es que sean ridículos; es que han fallado por un organismo superior de extraordinario poder. Muy poder y muy extraordinario. No es que tú seas un simple mortal, es que hay un protocolo de sabios en una montaña; una conjura de muy poderosos contra ti, o un poder en la sombra que es el que realmente mueve el mundo.

Crees ser un gran triunfador; crees dominar el mundo o simplemente lo que sale al paso de tu vida, negocios, etc: si sale mal, hay algo.

De ese modo se piensa cuando se cae en sectas, organizaciones, partidos, o cuando se mistifica y se acaba por formar, si no existe, la masonería.

Lo que caracteriza esas uniones es la unidad de afán de protagonismo de sus formadores, y no un poder real; se otorgan un poder imaginario basado en sus pequeños poderes reales y actuando por sinergia, algunas cosas suceden por propia lógica: la lógica de su autoadoración dará por resultado un poder casi infinito a su organización. Pero sólo la lógica paranoica de la autoadoración es lo que se justifica y sucede.

El resultado es un complejo constructo mental que parte de la inmadurez personal para acabar adorándose a uno mismo desde otras formas; pero no incluye jamás la madurez. El proceso de Mayéutica en uno mismo, duele, si sucede. Pocos lo hacen.

Pero tan sólo da por resultado un constructo mental: como una cuadrilla de adolescentes encantados de su propia manera de ser y funcionar; y nada más. Otorgarles más rango es impropio; hacerles caso, letal: son malos, y el mal nunca beneficia ni a sí mismo.

El bien no es la ausencia del mal; es la comprensión del mal, de uno mismo primero y de su propia capacidad, de sus culpabilidades y errores, y luego se detecta al mal: primero en uno mismo; luego se le ve. Cuando sabes que es indomeñable, es cuando vas comprendiendo el funcionamiento real de la sociedad. El asco te puede. Y siempre te podrá.

En ese estado de inmadurez, cualquiera comprende fácilmente al otro: porque más que un lenguaje propio comparten entre sí su “plan para dominar el mundo” y en esos parámetros se mueven y se comprenden. Les resulta más fácil creer en poderes imposibles que en una realidad demediada; les resulta comprensible cualquier estupidez, porque lo que se niegan a sí mismos es la madurez. Y en ese abismo vamos ahondando. Porque la incapacidad personal de uno entraña a los otros por su relación y la compleja trama plástica que es la estructura social; dado lo complejo y lo fácil de comunicar a grandes cantidades de gente, lo que se impone es la bajeza, por asimilación de estupidez concentrada, y no la excelencia o la bondad, obviamente.

Y ahí todos andan entregados a religiones extranjeras de alta infalibilidad. Lo cual es un verso magistral de Gato Pérez.

Entonces entramos en la proposición eidética: Si vemos el mal en los demás es porque ya somos maravillosos. El bucle se presenta pronto: vemos en los demás lo que queremos ver, no lo que vemos, ni lo que es. No por creer que lo hemos visto estamos libres, nadie está libre; sólo se alcanza cuando cierto grado de humildad te notas y te extraña, y ni aun así. Es fácil verlo en los demás, pero hay que verlo en uno mismo y atajarlo. Y luego, de los demás hay que ponerse a salvo. Creer que se ha alcanzado un adecuado grado de madurez es la prueba de la total inmadurez ¿en dónde estamos entonces? Perdidos en el marasmo de la vida real: aprendiendo a ser hombres, llevamos así al menos desde que San Pablo predicó en el Areópago.




Las imágenes son de Bibliodyssey

1 comentario:

Luis Amézaga dijo...

Las maravillas del espejo cóncavo. Inmensa entrada del ser a través de los demás. ¿Se puede ser maduro en una sociedad adolescente? Se puede, pero pareces un niño perdido y equivocado.