La muerte del ángel.[1]

Y entonces quedó decretada la ciudadanía. Por aquel entonces España era un país lleno de imbéciles que querían a sus familias y de adolescentes que recitaban poesías de amor frente a una pared. Las mujeres seguían siendo unas cursis relamidas que a veces merecían un halago y muchos hombres morían con el desasosiego de no haber encontrado a la princesa azul.

Afortunadamente, la mecanización del sexo y su correcta definición en la educación para la ciudadanía acabó con tanto prejuicio medieval y retrógrado dando a la mujer el rango que se merecía fuera de ese mundo machista:

Una espelunca carnal

De mugre mensual, y blanca baba[2]

Por supuesto, dado que la virginidad a los diez años no era sino el medio para ser «siervas de un sinfín de prejuicios y costumbres machistas» eso ya pasó a la historia; junto a la pederastia como delito también se acabó toda la pamema de los cuentos de hadas, las leyendas de princesas, las mujeres simbólicas prototípicas de un gusto decadente neoburgués y protofascista; se prohibió la Cenicienta, Shrek, la Bella Durmiente, la Bella y la Bestia y demás instrumentos de alienación genital para la desvirtualización y alienación de la mujer; así como dejaron de leerse las novelas románticas, las poesías de amor decadentes y fascistas y los jóvenes adolescentes se dedicaron más plenamente a sus labores de producción. Y nada más.

Se acabaron las hadas, las princesas, los amores imposibles y el Playboy (¿la masturbación se prohíbe o se incentiva?) se acabó el rondar a las mujeres y las canciones de amor; las flores y el dia de San Ballantines (patrón de los emporrados) y se acabó el irte a la mierda por una mujer.

Todo eso se acabó. Tan sólo es una cosa mecánica biológica que los neoburgueses protofascistas agitados por los curas decadentes han sacralizado para tener un instrumento de opresión alienación y dominio de las mujeres como productoras de productores, que es al fin y al cabo lo que son y para lo único que valen.

Acabaron los suspiros agitados, los pálpitos acelerados, la pasión y el encantamiento, el reconocer a una como única en el mundo y solo esa, la entrega y la asunción, las flores y las poesías, el fracaso y el éxito y sobre todo se acabó el ligar. A la mierda Alfredo Landa.

Ventajas si hay: se acabará la estupidez de las leyes de genocidio masculino, se acabarán los divorcios y los vividores de desgracias ajenas y saqueadores en general, se acabarán los botellones, pubs y discotecas, los paseos, los sueños y las princesas azules; los calentones sobrevenidos y las noches en vela agitadas. Gran ventaja: dejaremos de soportar al aburrido rollo de las relativistas morales empeñadas en que sepamos que ellas son realmente las princesas en las que no debemos creer.

Y sobre todas hay una ventaja incuestionable: se acabarán las cursiladas de Antonio Gala, empeñado en convencer a la humanidad de lo bien que lleva él su menopausia.

Por real decreto no emanado de las tablas de la ley de Dios sino emanado de la gloria de zp y anunciado a los hombres por Pepiño el de los palotes se acabaron las hadas, se murieron las mujeres deseadas, anheladas sentidas vividas y sufridas, queridas y despreciadas, y por supuesto se acabó el llamarme misógino y decirme que odio a las mujeres. Se acabaron las princesas de los cuentos, los cuentos, Calleja y las canciones de amor.

Ya no hay hadas ni amores deshojados, no hay princesas azules ni mujeres en la montaña, no habrá más comunión con una persona sino tan sólo lo que es, una penetración mecánica; no quedará opción a elegir a una mujer porque todas son lo mismo, una vulgaridad con pelos y olores, y nada más ¿Qué importa la virginidad, la entrega, el amor, la unidad, el ser en otra?

Acaban con la pasión por real decreto.

Y dicen que yo soy muy chulo.

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[1] Tango de Piazzola.

[2] No son míos estos versos.