viernes, 25 de enero de 2008

El recreo

La decadencia del imperio romano, como cualquier decadencia, atrajo a los saqueadores y envidiosos que quieren vestir como los poderosos (¿Cuántas de estilo Carla Bluni se empiezan a ver? Y que patéticas resultan) De los restos del imperio romano, se lo quedaron, le pusieron maquillaje, y le llamaron después los historiadores la época árabe.

Es mentira. En España no hubo una época dorada árabe, ni de lejos: simplemente son las estructuras perviventes de la romanización adecuadamente maquilladas y aherrojadas a un sistema tribal, y nada crearon, nada hicieron; excepto saquear lo hecho, a todos los niveles, sin ninguna creatividad.

Hubo que rehacerlo todo. Y ahora, habrá que rehacerlo todo.

Que es una época de decadencia de occidente, ya la venía anticipando C. S Lewis desde la segunda guerra; que parece que el entregarse a la estupidez y la indolencia sea lo que impera domina y condiciona socialmente, es realmente vomitivo.

La prueba del nueve: si hubiera habido algo árabe en España, habrían repetido al menos los esquemas agrícolas en el norte de África. No saben crear, solo envidiar.

No es un problema sólo en España; es de todo occidente: donde ahora mejor se evidencia la confusión como forma vital es en las vascongadas y en Barcelona: todo está manga por hombro, la gente carece de libertad por todas partes, pero la culpa la tiene siempre otro, siempre hay un enemigo que nos odia tanto que no podemos avanzar, hasta que como en una película por rodar te das cuenta de que el enemigo eres tú mismo.

La confusión es el problema. Ahí florece la envidia, la ira, el odio y la negación: se niega a la iglesia católica, pero no se la obvia, como cualquier ateo normal: ellos que hagan lo que consideren; sino que se la ataca: que todos hagan el juego que yo diga con las reglas que yo diga. En política, en sociedad, todo es más o menos igual; la corta longitud de onda de los menos agraciados es la norma a establecer a todos los efectos en la sociedad; en vez de admirar la inteligencia se la denigra; el nivel se establece siempre al menor, al menos agraciado: no se busca la excelencia, tan sólo una mediocridad elevada.

Y en el patio del colegio éste no suena la campana de volver a clase.

2 comentarios:

o s a k a dijo...

los dos último párrafos son magistrales (por desgracia)

felicidades Ignacio

n a c o
'algoconfusionado'

Anónimo dijo...

Un post soberbio.