miércoles, 26 de enero de 2011

La libertad del obrero

El rigor del problema de la ley antiblogs es de índole antigüa: del mismo modo en que los luditas destrozaban las máquinas para que no les quitaran los puestos de trabajo, ahora los encastrados en el sistema y el presupuesto quieren destrozar internet para que no les quite prebendas: muchos quieren ver en las dimisiones de los mediadores del gobierno algo de buena voluntad o incluso de coherencia: nada más lejos.

En la misma onda en la cual navegan alejándose de José Luis Rodríguez “El puma” los mismos que le han alabado entusiasmados hasta el paroxismo ahora ponen una prudente distancia para intentar después asegurarse la subvención con los pazguatos del pp, los cuales picarán, a pesar del cordón sanitario y lo que haga falta, picarán: lo de la caída del pp es algo que traspasa la frontera del ridículo.

Que una asociación de vividores de la subvención quiera seguir en su chanchullo es aplastante; que además quieran que los jalee yo, se equivocan: casi mejor que ellos me jaleen a mi.

Nada rompe la red, nada destroza ni nada niega: ni los derechos de autor, ni la creatividad ni mucho menos el espíritu del arte y la creación humana.

Lo que sí ha roto la red es toda la configuración obscena y aberrante de la composición socialdemócrata del estado industrial: ya no es necesario que mucha gente esté a una hora en un sitio para hacer algo que puede hacer desde su casa; ganan las personas. Ya no necesito editoriales para sacar mis escritos: las que vienen sean bienvenidas, pero la relación con el lector es directa, vibrante y eficaz: doy fe; más editoriales han venido aquí por mis lectores que por mis intentos de entrar a ese mercado, que han sido muchos e infructuosos: dos. Presionan los amigos, a veces con buena voluntad.

Muere la industria editorial, y muere la industria del cine; muere la industria nunca bien definida del arte, y muere la industria discográfica, y a esos entierros pocos lloros acudirán: muere la intermediación, muere el permiso de la editorial para editar y se aumenta la responsabilidad de la persona: yo cuidaré de mis lectores, en la medida en que ellos me eligen, y no dependeré de un grupo editorial, de prensa, comunicación o propaganda si no quiero por las razones que sean: la gente no necesita que le digan lo que debe leer, escuchar o mirar; ya pueden elaborarse el criterio en base a su educación.

Pero muchos temen a la libertad: la falta de criterio es propia de la falta de educación, con lo cual se cierran bucles, porque la educación es de la familia, y en un vórtice de horrores la socialdemocracia repugnante quiere acabar con la familia para perpetuar la sociedad industrial, mantener la sumisión y la esclavitud de las personas y su consideración como objetos de trabajo y no como tales; aleja a las personas de la libertad este gobierno en bien de una sociedad industrial: madre mía, cuanto disparate.

Muere la industria del cine, muere la industria editorial, y veremos caer todo el esquema aberrante que ya denunciaba Dickens; se llaman progresistas defendiendo la esclavitud frente a la libertad: el cambio está en marcha y es la libertad la que se impondrá, mucho que hagan pedagogía de la esclavitud, propaganda de los partidos y apología del vaginismo victimista: gana la libertad, normal que estén furiosos.

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