Ser de Buñol es como llamarse Ignacio: así naciste y con ello has de apechugar. Ser de Buñol es tan lo que sea como cualquier otro pueblo; y ahora, mor de la progrez, lo que siempre fué considerado un pueblo comunista, ha olvidado su memoria histórica personal más real: ser de Buñol es lo que tiene.
Miguel de Molina Vivió en Buñol: la figura que lo consiguió es el extrañamiento: tras la guerra, muchos del bando rojo no fueron encarcelados, pero tenían prohibido acercarse a X km de las capitales: Buñol estaba lleno de anarquistas; la huella de Miguel de Molina en la juventud de aquella época no fué muy edificante.
En el bar de Caberotes, Eliseo, Constantino… obvio los apellidos, todos en Buñol los sabemos, me contaban, cuando leía a Kropotkin (les encantaba que lo hiciera, ellos habían estado con Durruti) que quien “jodió” la guerra fueron los comunistas.
Por allí iba Fortunato, del cual ya os hablaré.
Me contaron y les creo que se quedaron a cuadros cuando desde radio Albacete Alberti mandó un saludo “ a ese gran poeta de los nuestros que sobrevive alojado en casa del gran poeta del enemigo” momento en el cual y por la vía más expeditiva acababa de delatar a García Lorca y a Luis Rosales de paso: los dos fueron machacados, tardaron media hora.
Extrañados eran quienes me lo contaron, habían sido del ejército Rojo, y no deploraban como ahora deploran: cuando Franco iba a venir a Valencia, ya iban ellos solos al cuartel con las cartas a jugar con los guardias civiles.
Eso es memoria histórica, quede escrito: les creí; les creo: por eso no tengo ni un libro de Alberti.
La traición es la moneda en que paga la izquierda.
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