Contra la clerecía el pueblo español actúa sabiamente: contra su rigor e imposición de jerarquía, se sacaron las imágenes de los templos y la gente procesionó a sus Santos, Vírgenes y Cristos, y así nacieron las cofradías, hermandades, asociaciones católicas y demás gérmenes de tantas cosas.
La fe es de cada persona, aherrojada a su familia, su medio y su avatar: el Cristo es el de tu iglesia, el monte es el que ves, la medida de la tierra es aquella a la que accedes andando; la patria del hombre es la infancia y por esto es importante el sistema de instrucción, que la educación se da en casa; el mundo se va comprendiendo en base a la capacidad y el transcurso de cada uno.
España evoluciona con la organización del territorio: las centuriaciones romanas estructuran el espacio de trabajo; la casa sigue siendo la domus original: con el tiempo se empieza la agrupación, y nacen los pueblos.
La Alhambra no es sino una domus sobredimensionada; el vigor agrícola lo dan las centuriaciones: la historia rellena los huecos.
España se configura en pueblos: arracimados en torno al campanario y se desarrollan en su propio decurso; el campanario es el referencial de tiempos y alarmas, y el visual: en una nevada siempre encuentras a donde ir; todos los caminos, y en especial desde la legislación de vías pecuarias, van de campanario a campanario; y si no, cruces van marcando el camino, ermitas, refectorios: nadie quedaba extraviado en una nevada.
Y ahora están queriendo recalificar la Cañada Real de Madrid: la codicia disparada encuentra justificación a toda ignominia.
Pueblos, campanarios, caminos: y todo un sistema de señalización primoroso que es sabio, dejando todo claro y sin agobiar ni entretener, molestar o perturbar: en los cipos miliarios la información era precisa y rigurosa; tu vas caminando: ya llegarás. Conforme avanzas pasas campos y ganados, tierras y paisajes. En una puerta hay un ciprés: hay comida para viajeros, que se tasa el precio y se obvia porque lo conlleva, el vino. Si hay dos cipreses hay comida y alojamiento: para hombres y bestias, obvio.
En Buñol se mantiene esta estructura en Venta Pilar, y sólo por esto debería tener catalogación de Patrimonio; que se hagan allí las mejores paellas del mundo les viene pues de estirpe.
Con tal sistema de comunicación se elabora la riqueza cultural de España, sin más necesidad ni alharaca se configura la estructura del mundo entero; y todo eso funcionaba, y generaba riqueza: que se mide en aceite, trigo y chorizos, no en la bolsa.
La llegada de los coches se monta, solapa o se construye ex-novo sobre la trama antigua; el ferrocarril busca la paralela a los caminos; siempre de campanario a campanario.
La industrialización empezó a desgajar la cultura de su evolución natural, de un desarrollo sabio y fundamentado; el trabajo tasado trajo el trabajo a destajo; la implementación de la tecnología como unificador universal: bajo el amparo de la ciencia y una comprensión forzada se unifican pesos y medidas buscando universales: vano trabajo. La invasión tecnológica, disfrazada de cientifismo, causó una trasmutación de conceptos básicos: si la ciencia es buena, lo bueno es la ciencia: ergo haciéndolo todo científico es como todo lo haremos bien.
Y de ahí nuestras desgracias.
Los puentes romanos y medievales perviven, solos; los puentes modernos de puro científico hay que repararlos a menudo y cuestan un esfuerzo horrible en mantenimiento; la estructura de caminos sigue siendo la mejor forma de comunicación frente a un sistema de carreteras que encima una vez modernizado con carriles adicionales y rotondas, todo lleno de rotondas, rotonda tras rotonda, está tan modernizado que lo único normal es perderse y quedar confuso, siempre.
Campanarios, casas, caminos, ganado, posadas, ermitas, refectorios, cruces, puentes, cipreses y demás elementos han sido “superados” por el avance y la “modernización” y demasiada gente los da por muertos, aunque a veces pasen caminantes y peregrinos por ellos.
No están muertos. son los zombis de la cultura y cuando son necesarios están ahí y los usamos; no han muerto, esperan, y los acabamos usando: el pasado que ha sido “superado” y por supuesto somos ahora modernos y eso ya “hay que pasar página” pero ahí están, en nuestra sagrada tierra, esperando, y los usamos, del mismo modo que todos confían que el Cristo está en la iglesia.
Porque la historia no pasa: está; los que pasamos somos nosotros.