Se da algo por supuesto y se da por supuesto que todo el mundo piensa así, y con esa premisa actúa: sobre tal principio de la propaganda se adquiere el control sobre el sistema educativo y los medios de comunicación, y así se establece el socialismo: Gramsci elaboró la estrategia, y funcionó por aluvión durante demasiado tiempo, de manera demasiado palpable.
La exponente máxima fue el cine: se definió como cultura, que en las mentes menos formadas tiene dos epífonemas: uno, la cultura es el cine; dos: me gusta el cine, ergo yo soy culto.
El cine es espectáculo.
Pero de tan machacona propaganda y persistencia, acabaron creyéndoselo casi todos; los que vivían de ello encima se encantaron de sí mismos y se erogaron la representación de la cultura: soy actriz, ergo soy “la” cultura.
Y así lo creyeron, porque era más cómodo creerlo y difundirlo que esforzarse y estudiar: así han vivido. Sin entrar a valorar la calidad del trabajo ni de los espectáculos deplorables que han dado, el vigor de la red los ha puesto en evidencia a todos, me temo que ante sí mismos en primer lugar: si no se controla el medio de comunicación no se controla el contenido ni el tema, ni de lo que se habla o de lo que no: la red puso en evidencia cuanta falacia y de que calibre había tras el cine español y cuanta idiocia se agolpaba bajo el paraguas del “mundo de la cultura” una vez puestos a la vista incluso ante sí mismos, disimulan, se hacen a un lado esperando a que escampe: eso no dará ni quitará calidad a su obra; pero sí evidencia lo feble de su consistencia laboral. Ahora nadie habla en nombre "del mundo de la cultura” ni nadie se reúne con la Pajín como ministra para elaborar un código de uso de la red y de prohibiciones y permisos: los que acudieron a esas llamadas, ahora silban aclamando la libertad y grandes palabras que, de tanto usarlas, vacían de contenido.
Con la última de los premios Planeta se ha puesto en evidencia que la industria editorial es eso, una industria, y que el amparo de subvenciones no da ni quita rango ni calidad a nada: pero ha puesto en evidencia un sistema industrial que por su propio mecanismo condiciona la creación, la creatividad y la obra de todo aquel arrollado por ella, que ya no es un espacio de libertad sino un mecanismo industrial: la libertad existe, la creatividad existe y se manifiesta; no hay óbice, de momento, para colocar cualquier obra en la red, y que los lectores lean o puedan verse las películas en youtube o escuchar la música en tantos sitios: nadie garantiza el éxito ni mucho menos el comercial, pero yo tengo lectores que me han escogido, nunca mejor dicho “porque sí” y hay oyentes de músicos y abonados a creadores en youtube: el éxito es una medida social, la creatividad personal, la excelencia o la mediocridad son personales; la vigencia o el valor de una obra la determinan los lectores y el tiempo: al no acotarse el campo a lo que una industria dictamina, los “críticos” y demás especímenes adosados a la obra hecha tienen una misión tan farragosa como seleccionar por todo lo que hay en la red.
Ignoro la dimensión social de mi éxito más allá de las estadísticas de lectores aquí y de ventas de los libros; no sé si es un éxito o no a otros ojos: para mi es asombroso, realmente, y me siento halagado.
La cosa ha cambiado, la red ha cambiado la percepción de la transmisión de la cultura y de las comunicaciones, y el futuro dirá, aclarando u oscureciendo, mostrando u opacando; mientras tanto, cada vez se ve más en evidencia la mediocridad y la vulgaridad frente a la obra personal y la excelencia.
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“Tarifa plana para el delito” ha definido alguien en Twiter la aberrante sumisión a una especie de tribunal europeo que despreciando el sentido común aplican un sistema judicial que al saberse se ve no ya obsoleto, sino paradójico y falaz.
Lo que importa es el sistema, no las personas en su vida; “Señorita Puri” señalaba en Twiter que a los que no se les perdona la condena es a los muertos; el desprecio a toda condición honesta de la persona es ya palpable; el cinismo con que actuará ahora la hez política es de manual: ahora mucha declaración de “nos duele mucho pero es la ley y la acatamos” sabiendo como sabían de antemano que era parte de un proceso de negociación con una banda de asesinos, y el cinismo sólo colará con las mentes más predispuestas, porque ya es difícil no ver la complicidad de los políticos y no ver que hay un guión al cual todos se someten encantados: pero las personas ya no toman partido por ellos, nadie del sistema tiene credibilidad, y ahora aunque intenten opacarlo con aluvión de noticias, escándalos, follones y fútbol, en el consciente colectivo queda el que estamos peor que en el salvaje oeste.
Mucho peor.
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