No percibo tipografías, ediciones, tamaños o acciones: simplemente leo; no me detengo a mirar “estoy leyendo” “leo” y no me contemplo a mi mismo ejerciendo tal fechoría: leo y el no contemplarme a mí mismo haciéndolo me da rango de lector al apercibir todo el magma de la cultura: sólo así podré transportarla. Aquellos que se contemplan a sí mismos mientras perpetran una acción están más pendientes de su leyenda personal que de su propia vida, más pendientes de una mancha que de sus ropajes y su vida, más considerados con su leyenda que consigo mismos: no es fácil deshacerse de la leyenda personal, pero tal proceso de maduración conlleva madurez, y mucho dolor: asomarse al abismo seguramente no sea faena para todos ni tenga porqué ser así.
Leo y la concentración me permite la comprensión y la asunción de lo leído: el proceso genera mi crecimiento porque me entronca con otros en su transmisión cultural y me ajusta y condiciona en mi crecimiento, mi percepción y mi discernimiento: ajustado al avatar de mi vida y por los plásticos y complejos sistemas de elaboración de la persona, me hace hombre, en el momento en el que soy capaz de percibir todo el enorme magma de producción de la civilización, de reflexión, conocimiento y análisis; leo y mi discernimiento ajusta los datos y los relatos conforme la vida transcurre y del mismo modo se impone la hermenéutica y la mayéutica: no sólo lo que leo, sino que lo leo, porqué lo leo, lo que el texto dice, y lo que insinúa y oculta, y la filiación en metalengüaje de tal texto.
Porque todo texto da por supuestas cosas: la primera la capacidad del lector de entenderlo. Y además todo lo que el texto no pone. La capacidad de asumirlo la llevamos implícita: cuando alguien habla de Satán no hace falta que me expliquen quien es ni que implica tal alusión; cuando Melville define el aspecto de un marino como que “tiene cara de haber escapado de la cárcel de Sodoma” ya nos da una medida de la catadura del personaje, sin más explicación: es la naturaleza de la cultura.
Nadie es culto: tenemos cultura, pero nadie tiene más que otro: transportamos cultura, en el mejor de los casos, pero no la tenemos: la recibimos y la traspasamos: en lo íntimo de la familia, en lo social de la palabra escrita, en la religión.
Las formas de transmisión se rigen mediante los parámetros de la conducta, que es aprendida y transmitida, siempre expurgada y cambiada para perfeccionarla – o no – y socialmente compartida y sancionada: todo cambio de conducta va precedido de un momento de alea y ruido hasta fijar unos parámetros en que las actualizaciones se incardinan en el sistema; de manera tal que si queremos influir en la cultura hacemos modificaciones en la conducta que modificarán el lengüaje y lo incardinarán: o modificamos el lengüaje para poder manipular socialmente una sociedad y por supuesto beneficiarnos de ello, o simplemente para hacer el mal.
Cuando se plantea en anuncios de tv el olor, el aspecto y la naturaleza como universales necesarios no es un asunto de ventas: para entrar a tal comercio primero se ha degenerado y envilecido a la persona ajustándolo a los parámetros de corrección política, de una manera que por sí misma es degradante: pero ha funcionado. Durante un tiempo en toda filmografía yanki las mujeres se levantaban y se duchaban. Por imitación ahora lo hace todo el mundo. Lo natural, correcto y culto es ducharse al cerrar el día; al levantarse uno se lava la cara y adelante. De ahí a todo: las dentaduras, la apariencia, la enorme y degenerada propaganda sobre genitales femeninos que pese a su mezquindad soez funciona, la manipulación total sobre toda etapa de la vida humana: siempre hay manipulación inserta en todo producto filmado; no hay resistencia por parte de nadie.
Para esto ha sido necesario sólo un paso: la corrección política, a la cual todos se han arrojado como posesos empujados por la inherente capacidad de asumirse siempre como los malos y la culpabilidad, fomentada por la leyenda negra, la degradación culpable y la carencia de instrucción y cultura: pensábamos que la democracia y el sajonismo era progresar, y que aquí andábamos atrasados cuando el constructo de España es el más elaborado y culto del universo y único referente mundial, y por papanatismo hemos caído en el error de asumir la falacia de la leyenda negra.
Leo, y me encastro a fondo en la cultura para poder transmitirla, aunque sea imperceptiblemente. Y la conducta hace el resto: los patrones de conducta se establecen por el uso, y su pervivencia en el tiempo la garantiza la religión: acudir a la liturgia me unifica con mis muertos, que asistieron a la misma liturgia con las mismas palabras; rezo, con las mismas palabras que aprendí y me transmitieron: al rezar no estás pensando en acordarte de la oración o de su versión “moderna” rezas, y no entiendes lo que dices pero rezas: de niños todos hemos malinterpretado alguna frase de una oración; al tiempo nos hacemos burlas de ello, pero cuando rezamos no pensamos en acordarnos; y para ello lo practicamos: el rezar nos unifica con los ancestros y nos prepara para el recuerdo de los futuros, por eso es importante el mantenimiento de la liturgia, por eso no hay que cambiar nada nunca del poso alimenticio de la cultura y reserva de los esenciales, porque así garantizamos la pervivencia de la cultura, y nos garantizamos una adecuada incardinación en ella.
Porque la religión se elabora como un sistema en el cual desde el más tonto al más listo tienen el acceso firme a los universales de la cultura, de la persona y de su propio conocimiento: porque somos nosotros, y no tiene nada que ver con la fe.
Asistimos a la destroza masiva del lengüaje por la corrección política, al ataque indiscriminado a España y nuestra cultura por la leyenda negra, a la negación de la persona para incardinarla en un constructo falaz de esclavos de la plutocracia, y no es casual que ataquen al catolicismo, a España y a la dignidad del hombre, bajo toda bandera todos los que os quieren convertir en esclavos.