Es tan evidente la putrefacción del sistema que ya nadie cree nada: excepto, claro, los amorrados que encuentran verborragias a las que acogerse para seguir autojustificándose en su latrocinio, debidamente azuzados por los líderes de sus sectas: toda la verborragia anticatólica, toda la vehemencia de los jerarcas del sistema se sustancia en nada: a nada se oponen del gobierno a la hora de la verdad, pero mantienen a la clientela entretenida sacrificándolos a su Moloch particular mientras ellos se apuntan a las balsas de salvamento, a todas las balsas de salvamento porque saben perdidas todas las opciones.
Y los mismos que se han hartado de llamarme facha y apuntarme a listas negras que a ellos benefician, casualmente, ahora se aproximan con muy buenas intenciones – timeo danaos et dona ferentes- y todos entienden ya perfectamente demasiadas cosas a las que sólo los más talibanizados siguen dando pábulo: su ultimo recurso en función de la originalidad es el insulto, jamás un argumento.
El magma es muy otro del que traslucen los medios de comunicación, la realidad está en la calle. Frente a los muy vistosos jóvenes que más que tener un estilo de vida y vestido siguen instalados en una fiesta de cumpleaños infantil y se niegan a quitarse el disfraz y a enfrentar su propia vida, azuzados por unos padres que tampoco han sabido madurar y siguen instalados en una progrez de cou de los 70, hay más que una generación un principio individual de análisis, introspección y búsqueda de certezas mediante el cual se está dando un repudio real al sistema que no se manifiesta públicamente con gestos simples de medios de comunicación, sino en ellos y sus actitudes; hay una vuelta real al catolicismo de facto y acción, lejos de la jerarquía de la iglesia católica, tan abonada a la danza de la confusión, y sin ninguna gana de vincularse a ello; y ya no les cuelan las consignas simples y ridículas sobre las que se ha sustentado toda la progrhez de los últimos treinta años; ya resultan unos ancianos patéticos y deplorables, a fuer de ladrones, maldicentes, y que ahora en franca retirada ni se les ve, porque saben de su intrínseca maldad como condición.
No es cierto que la mentira tenga las patas cortas, las tiene muy largas y llega muy lejos, el problema que tiene es que jamás puede volver.
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