Rainy night in La Hoya

Como bolas de billar, el pedrisco que me cayó encima la primera vez que peregriné; jarreaba cerca de Liébana; amaneció lluvioso en Logroño; se extrañó en Sevilla de que lloviera “estaba la tarde limpia” LLovía en Milán y llovió en Santa Cruz, siempre me ha acompañado la lluvia, cuando he ido de nuevas a algo: soy de Buñol, y eso, es San Luis, que tocó la piedra y por eso en el manantial nunca falta agua, por eso cuando se saca al santo, siempre llueve; porque es sacar a San Luis de la ermita, y llover: es ir de nuevas a un sitio y si llueve es que voy por buen camino: soy de Buñol, soy de San Luis.

Ahora, no sacarán al santo: el magma de olvido se ha posado como una nube sobre la sabiduría del pueblo, y nadie hace procesiones: mientras Martínez Camino se pone Botox en competición con Alicia Sánchez Colágeno, Rouco hace espectáculos de cabaret con un guitarrista al que está promocionando y forrando, y con la organización de los orinados que son unos meapilas, pero por lo civil: montan espectáculos en la calle, pero nadie convoca una procesión en rogativa.

Nadie.

La jerarquía está ocupada viendo el largo de las túnicas que se llevan éste año, no van a preocuparse de los católicos, que se habrá pensado esa plebe; que vengan y me adoren en un altar que es más de un espectáculo de USA que de liturgia, con un guitarrista y unos cursis más bien alelados; no van a preocuparse de su grey, que es deber del obispo apacentar su grey, dijo Cisneros, pero eso “está superado” porque deben reunirse con los del IBEX 35 y ponerse bótox y hacer imbecilidades: que del espíritu de la gente con darles manuales de autoayuda, ya van bien, que coño.

Y para eso, no hace falta nada, ni siquiera ser creyente: la procesión pasa, la rogativa se cumple, y lloverá.

Admito apuestas.