Deja ya el verano todos los pueblos cumplidos en sus fiestas; en todos de manera más o menos palpable se ha repetido un esquema: la veneración religiosa por la advocación al santo, y una fiesta de corte nada litúrgico que ha servido para explayarse el pueblo entero en una catarsis social propia y apropiada. Las cabalgatas han sido un derroche de lujos, trajes y ornamentos para ensalzar a alguien: da igual quien sea, porque no se le ensalza en sí sino por su personificación de lo mejor y más relevante de tal sociedad y conjunto; se ensalza demasiado exageradamente, porque no se ensalza a esa persona, se ensalzan a todos ellos en conjunto y se reconocen en lo mejor de sí mismos: vendrá el adviento y para adentro todos encontrarán sin buscarlo lo peor de sí mismos.
Y esto, en castellano se llama apoteosis.
La apoteosis la concedían los griegos por oráculo, y los romanos por decreto senatorial. Augusto corrió la voz de que tras el asesinato de Julio César Venus en persona se había llevado su alma: durante los ritos funerarios en honor de César apareció un nuevo cometa, lo cual solidificó el rumor conforme interesaba a Augusto. Así estableció nuestra cultura la deificación, y la apoteosis es lo que ahora hacemos, no deificamos pero si ensalzamos: la reina de las fiestas, la fallera mayor….la versión inculta y degradada es la de la “miss” pero eso ya es una faz comercial y muy poco culta, demasiado industrial.
Somos porque fuimos, y moderneces trufadas de palabrería tan sólo alientan la confusión y alejan las certezas y la propia vida, la identidad y a las personas transmutándolas en objetos: si somos, es porque fuimos.
2 comentarios:
"Somos porque fuimos". Me gustan estas tres palabras dichas en ese orden. Lo dicen todo.
Gracias maestro.
Buenos días Ignacio.Si negamos y dejamos de peregrinar con lo que fuimos también dejaremos de ser. Sin Él no podemos ser más que soberbia que no es.Un abrazo.
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