M.Corleone aclara que se puede matar a cualquiera “como nos demuestra la historia” demasiado bien sabe que es cierto, demasiado bien sabe el corolario: lo difícil es asumir la propia vida con su fracaso intrínseco y vivir sin necesidad de matar a nadie, no siendo el enemigo de nadie.
Son los publicanos. Sólo es válido lo que yo valido, y con ese balido sólo reconocen como argumentos los que se dan a sí mismos en su autojustificación: toda mentira necesita ser probada, la verdad no necesita testigos. Cuando se entra en esa espiral de pensamiento que es tan sólo una forma de pensar en un lengüaje autorrecursivo y en bucle autorreferencial, se actúa y se piensa de una determinada manera: así, la manera de hablar delata la manera de vivir que se adecúa á ésta, y de esa manera se configura una personalidad sectaria: les da igual ser comunistas que católicos, asesinos que veganos, han de pertenecer a un grupo para sentirse personas: saben que ni son nada ni para nada valen.
En cuanto un grupo te lleva al aislamiento, una relación personal, un matrimonio, te destroza y anula: en pareja es la manifestación más evidente de la histeria; socialmente es el sectarismo adecuado a una relación social perversa.
Es la muerte de la persona, beneficiando siempre a intereses siempre oscuros para el sectario.
Por eso siempre se recurre al crimen como opción inevitable: “no me quedó más remedio” y da igual la excusa: el crimen sólo revela la maldad del ser, no la maldad de lo presuntamente combatido ni por supuesto de la persona muerta.
Y la cobardía: Caín sabe su destino, y el destino de Abel, aunque Abel no lo sepa.
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