Decidieron en un congreso en Córdoba que como el castellano es una lengua machista y proviene del latín, había que hacer que no viniera del latín: en vez de su padre castigarla a que aprobara la EGB, la hicieron ministra; no iba a ser menos “mi chica” que la Pajín, habrase visto. Y la gente baila el agua a la hiperconsigna de la cursilería y la mojigatería que ahora llaman corrección política: hasta extremos pluscuamridículos: a ver quien la hace más gorda, y en ello andamos. Y encima alardean de ello, son profesores de instituto que han aprobado unas oposiciones que nunca existieron y hay que leer lo que escriben: apenas saben ortografía, imposible pedirles que redacten algo con claridad; triunfadores sociales del estado del bienestar, el bienestar sin pegar ni palo, como se van a quejar.
Ahora empieza a sonar una nueva memez: la “inteligencia económica” esto de los manuales de autoayuda con apariencia cientifista que como epifonema llevan de ultratítulo: “tu eres demasiado inteligente pero los demás no se dan cuenta” ya es más que patético: empezó Marina con la “inteligencia emocional” con lo cual casi cumple su sueño de ser un telepredicador por que yo lo valgo, sin aportar nada a nadie más que a su ego, tan feble que se rellena enseguida, tan sólo hubo que traducir con cierta picardía un libro sajón, y ale, a dar lecciones de inteligencia; epifonema: si yo soy el que mide la inteligencia estoy muy por encima de la inteligencia, ergo, soy dios.
De lo que no se habla es de la “inteligencia alfabética” o sea, de la inteligencia, porque es la lengua la que estructura el cerebro y la forma de pensar: y lo que pensamos, y cómo: por tanto, a mayor riqueza verbal, lingüistica, ortográfica, y hasta caligráfica mayor inteligencia: las cosas son así, sin adjetivo, porque los adjetivos que no califican desvirtúan y degradan, degeneran y vacían de contenido.
El principio es el verbo.
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