sábado, 18 de julio de 2009

La conversación

Las postales son para el turismo, producto del ferrocarril y la vanidad. La suspensión de Meteora deja por cansancio y calor al final del día el ánima en suspenso; siempre hay un bar (como un quicio y una cicatriz, aunque no los veas) y la opresión del calor desgaja al sentarse a la sombra más de lo que parece, que el cansancio no es del día ni del transcurso que viene acumulado desde un frío mensaje al móvil y transcurre en un invierno de dureza y soledad: el Egeo es de otro color, y se mezcla en el cerebro tanto estudiado y tanto visto e inevitablemente se hacen chistes, porque si bien nunca dejaste de estudiar, sigues pensando Grecia en clásico, y las mujeres son lacedemonias, lacónicas, Espartanas o Atenienses, y claro: ¡como no pensar en la macedonia! la imaginación a veces se dispara y luego la realidad ratifica. Hay que ver el Areópago y si acaso a la garganta de las Thermópilas, porque se obvia cualquier cosa clásica a veces: cuando eres un clásico lo que interesa del Areópago es que allí predicó San Pablo, pero las miríadas de neojaponeses de turismo ahuyentan todo sitio conocido; las casas no hace mucho que se han encalado y han pasado dos viejas como las de mi pueblo; las mujeres griegas visten ya como todas en todas partes, las viejas confortan a mi infancia, las mujeres van a arreglarse y alivia el estar solo un rato siempre: difícil de explicar, fácil de comprender entre soledades que luego al anochecer se aventan.

Los gintonics tienen la propiedad de que si son propicios, se acaba la botella de ginebra y el botellín permanece incólume: bien mensurados hacen placentero cualquier atardecer mientras lo gineceos hierven de afeites meticulosos con apariencia de normalidad y transcurre el decurso solar y el mar refulge y los gintonics se trasiegan sin reparo a solas en el bar pero no era a solas, porque estaba en profunda conversación acerca de la conveniencia de las inconveniencias y los reparos y las necesidades de banderías en los momentos que se viven, que también mandan huevos, porque como no te agarres a alguna banda eres la diana de todos los disparos, Diana cazadora y Niké apteras; templos y museos, sibilas de lo evidente y obviedades banales que sólo se hablan entre hombres: estaba conversando conmigo mismo, el conmigo que en Viena mientras hablaba con Van Orton en la Josephsplatz de las cosas de mujeres que solo los hombres sabemos (tu no las sabes, novato) y conversaba en tiempos diferidos percepciones de lo mismo mientras Nick descubría tras la apariencia truncable las estólidas nalgas donde depositar la armonía de la danza del universo entrando al secreto de los cuerpos de baile, y entonces giré por el callejón, y seguía el problema de las banderías y memeces de una realidad insulsa cuando se sentó ya aviada con un vestido blanco de caída imposible pero evidente realidad, y la noche se cubre placentera en esas fiestas del anochecer, mejor que empezar a elucubrar otra vez porqué hablaba conmigo mismo en una armonía eucrónica revolviendo el mismo tema: pero en eso ves que la conversación es a tres, con el mismo protagonista sentado en el bar del chino con Luri y conmigo mismo (mismamente) despues de haber disfrutado secreteando sobre la estupidez política de los últimos treinta años: da gusto esa compañía, y cuando se despidió me quedó la duda de que le diría a su señora del “facha ese” pero la conversación era la misma, y como puedes pensar en buscar amparo en una casta política más preocupada de ver quien es más fallera mayor entre ellos que de ninguna otra cosa

¿Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo,
y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo
buscando en casa ajena protección y refuerzo,
trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo?
No, gracias.

porque la noche ya discurre plácida en playas y fiestas con músicas sensatas y el egeo encalmado y mejor dejar fuera toda reflexión sobre el tema, porque al fin y al cabo los tigres tienen rayas aunque los pintes, y cada cual vea, si va solo o se ahorma a un grupo en su esclavitud, que la condición del hombre es la libertad,

¿Ser esclavo, como tantos lo son,
de algún hombre importante? ¿Servirle de bufón
con la vil pretensión de que algún verso mío
dibuje una sonrisa en su rostro sombrío?
No, gracias.

la tónica permanecía impávida en su botellín cuando fuimos hacia la playa: Van Orton encaminaba para la trasera del teatro y Luri bajó al tren; dilucidada la cuestión encararemos el invierno con los rigores que la vida nos mande; en alguna parte una mujer se peina. La luna, en el mar riela.

2 comentarios:

o s a k a dijo...

fotogramas selectos de una noche preclara, contemporánea y difícilmente tónica

¿qué venía diciendo? acaba de pasar una mujer disfrazada de mujer

aquí me bajo

n a c o
trestigres

o s a k a dijo...

de todos modos éste es uno de esos post tuyos tan difíciles de comentar, porque recogen algo cercano a la totalidad

n a c o
alguienteníaquedecirlo