Me vine a mi casa a acabar unos escritos: del desastre que me habían montado, apenas van líneas: ya os lo contaré. Salgo de casa y una señora me cuenta, como viene haciendo los últimos cuarenta años, quien es y “que pregunte a mi familia quien es” dando por supuesto que en los últimos cuarenta años, de las millones de veces en que se ha repetido esa situación, ninguna he sabido quien era, ni la he escuchado ni entendido, y además diciéndome sin decirlo que yo no soy de mi familia: en eso acierta: mi familia soy yo, punto.
Hay que joderse.
Y aguantas, porque sabes que esa pequeña malicia sólo es una forma de darte su expresión de amistad, la cosa de ser de Buñol, que lo de manifestar las emociones no lo sabemos llevar, y si sumas la abducción en el sistema con la consiguiente pérdida de lengüaje, comprendes que ese desdoro sólo es una muestra de aprecio: es lo que tiene ser de Buñol, que hay que joderse. En el bar me cuentan cómo han imprecado a una señora y su hijo por ser del PP, henchidos de valentía en cuadrilla, el matonismo como ley: se saben perdidos, y muestran su faz. Se asombra el Alcalde de que lo salude, me saluda como extrañado; seguramente no tengo la suficiente calidad como para saludar al alcalde; en el bar, el arquitecto que anda tras el horror urbanístico de Buñol de los últimos cuarenta años da gritos al candidato del psoe, al cual aprecio personalmente, y me gusta su opción en la alcaldía de Buñol, si fuera libre de rémoras y servilismos; me saluda, y el otro se da cuenta de que estoy ahí: el arquitecto deja de dar gritos; cuando me cruza por la calle, siempre le salta una llamada al móvil que le hace cambiar de acera, para obviar el saludo; a veces la vida se llena de casualidades, o no. Saludo a los peperos reunidos, es día de elecciones, los conozco a todos, como al resto de buñoleros, aunque diga la señora que “yo no sé quien es” sé quienes son todos, del mismo modo que todos saben quien soy yo, es lo que tiene ser de Buñol, que hay que joderse. Cuando voy a mi casa impreco a gritos a un ladrón y haragán inútil que para nada sirve, y se ha escudado, casualmente, en amigos que le cubren: y yo no soy consciente de que uno es concejal ni soy consciente de que si les zumbo en día de elecciones me busco una ruina, es una cosa casual: como es casual que el jueves anterior le hubiera avisado a una concejala del mismo partido de que me la iban a liar parda con cuenta de las elecciones: mal le salió la jugada, muy mal: mi actuación, la bordé.
Y sigo queriendo pensar que aunque equivocados y en bando falso, actúan por generosidad y amistad, que son buena gente al fin y al cabo, no quiero pensar que están imbricados con el imbécil ése en su falacia de vida y engaño continuo, porque son de Buñol, y el malo siempre soy yo. Que voy solo y no busco coartadas ni excusas, pero vamos, los malos somos así. Y así debió ser, porque podía haber usado su concejalía para enviarme a la Guardia Civil por alteración del orden, y no lo hizo, y aunque los estuve esperando, no vino esa tarde la Guardia Civil: vino otro día, y me confortó su calidad humana, educación y capacidad de respeto: no todo está perdido, la verdad; aunque claro, si el vecino me cuenta que le han dicho que ha hecho un butrón a mi casa para sacar cosas, y les ha dicho que no, él da explicaciones a la vecina, que es quien se lo ha dicho, vecina de la cual me preocupo por su salud, pero no me dice a mi que me han butroneado la casa: claro, no me lo dice, se lo cuenta al presunto butronero, pero debe ser por mi bien, el malo soy yo.
Difícil de entender, jodido de vivir: se acabó el jet-lag: aterrizado en Buñol: hay que joderse.
Y como no he venido un día a dejarme ver, que me ven que ando trabajando, me van contando, y mostrando afabilidades y aprecios, cariños y amistad, y me secretean, y me cuentan, y me cuentan a mi lo que prefieren no hablar en público, porque predomina la puñalada por la espalda, la taqiya, la maledicencia, y la vileza, siempre por la espalda, y veo a la gente con tristeza: el único éxito del cual se puede alardear en los últimos cuarenta años en Buñol es el de la proscripción de la alegría, de la amargura como ley, de los haraganes dando dicterios y de los inútiles ensoberbecidos; y la gente trabajando, honrada y sensatamente, intentando llevar una vida honesta y ponerse a salvo de tal recua: así debían actuar los judíos diez minutos antes de que empezaran los campos de concentración, de exterminio. Tocan a la puerta: los bomberos: que me han denunciado que hago fuego: el bombero certifica que tengo encendida la chimenea, intenta excusarse el hombre, abochornado; en la puerta un vecino dice “que sale humo por la chimenea” el bombero se ruboriza, pobre “¿arde el tejado?” le pregunto, para salvar la situación; pero claro: si sale humo por una chimenea como en los últimos diez días, pues es motivo para llamar a los bomberos: de su casa a la mía hay diez metros, si llega.
Y subo al ambulatorio por primera vez en mi vida, y tengo medico adjudicado por primera vez en mi vida, que he andado diez días con el pecho morado de un tropezón con su correspondiente caída inoportuna y adecuada, y me hablan, y hablo, y veo y escucho, y me van diciendo, y voy enterándome de cosas de las cuales en muchos casos no quisiera enterarme, no quisiera que hubieran sucedido; y veo nietos de amigas, y de repente los de la calle nueva estamos gritándole a un crío subido a un nisperero: asombrado de ver a su padre en tal apremio, y ya somos mayores, que lo reñimos como nos reñían los viejos: que bien nos lo pasamos a veces, seguimos siendo críos que juegan en la calle nueva. Y Sigo con mis hachas: señores: a dos manos, dos hachas, tengo un dominio que ya estoy preparado para servir en las huestes de El Cid: mientras tanto, todo el mundo me ofrece la desbrozadora, aparato que desconocía su existencia, y hasta su nombre, pero me han ofrecido unas veinte, y claro, acepto esas ofertas, pero aquí sigo con el hacha, supongo que me dejarán alguna en algún momento, probablemente cuando ya haya cundido el tajo, porque voy adelante; las desbrozadoras deben ser un animal legendario como el grifo o la sierpe del mar; y en la puerta de rosales Peregrino me alerta de miedo de que al quemar la brosa vaya a hacer arder el pueblo, y le hago caso, porque es Peregrino (de nombre) y la autoridad es la de los que saben, que todos dan por supuesto que yo no se nada, de nada.
Hay que joderse.
Y el pueblo va viendo, va diciendo, van contando, van manifestando simpatías “es muy injusto lo que te han hecho” me dice alguien sin yo haber dicho nada, de nada, de absolutamente nada personal; “toda la vida engañados y tu sin hablar, pensábamos una cosa y era justo la contraria” me dice otro vecino; y es que el tiempo pone la verdad en su sitio, y no es que yo sea un ejemplo a seguir o un modelo a imitar, pero la verdad siempre se impone, a pesar de tanta sombra, a pesar de tanto miedo.
Que el que no tiene luz propia, tiene malasombra.
Y se hace de noche y vuelvo al Litro y me tomo el café en la terraza y en la mesa de al lado tres veinteañeros están analizando y discutiendo sobre partituras de Bach, y me suena realmente maravillosa esa conversación que me reconforta y apacigüa, y eso me certifica que soy de Buñol, que no todo está perdido, que somos de donde somos por la luz y nos certifica el tiempo, y vuelvo a casa con las segadoras de Millet, con mis perros callados: la noche torce el silencio al punto de amanecer.