“Por vuestro bien” empiezan a querer prohibir con la argumentación subnormal del buenismo los toros: ahora la excusa es que a los niños les impresiona, y se pretende prohibirlo a los niños, para gota a gota, acabar prohibiendo los toros, progrecesando la sociedad.
Hemos progrecesado tanto que os prohíben fumar, “por vuestro bien” y os dicen hasta la medida de lo que habéis de beber, como debéis hablar y vestir y obedecéis, y “por vuestro bien” lo que no os cuentan “en el ejercicio de su responsabilidad” es que la lepra ha vuelto a Europa. Viva la burocracia “por vuestro bien” pero eso sí, no fuméis, y pensad que lo que os dicen que penséis con murgas infinitas es “lo guai” porque los toros son malos.
De este tema ya tengo algo escrito: del hecho, de la estrategia de los modos y las maneras.[uno. Y otro]
Hay dos asuntos que subyacen en tal actitud: uno social, el otro individual.
Los toros no necesitan que nadie los defienda: se defiende solos y son nuestra seña de identidad, sabiendo “nuestra” como España, una sociedad que en base al rotundo rigor del catolicismo elabora todo un constructo social y de conducta, que inventa la primera nación del mundo, España; inventa y difunde el catolicismo tal y como lo conocemos, que el catolicismo se le debe a España, y no al revés; Esta sociedad se fundamenta en el trabajo: los niños no los dejaba nadie en casa solos, por lo que los niños sabían del rigor del trabajo desde la infancia: con los padres, vecinos, la familia, íbamos a la era, a la oliva, a la garrofa, ayudábamos a cargar los sacos en las mulas y volvíamos a casa al anochecer con todos, que mientras trabajan te cuidan y así vas educándote y viviendo: así el trabajo, tan duro, se hace para los niños divertido y alegre: da fe cualquiera de mi edad que sea de pueblo; da fe el avance de España hasta la modernidad.
La percepción cursi de los animales que ahora tanto se jalea en faceboooooook y para tanta foto con leyenda cursi que da de sí es la propia de los protestantes, gente violentada por la ginebra, acostumbrados a depender de un salario tasado y una vida alienada, alienante y despreciable por ellos mismos, adorando al Moloch del dinero con una sociedad jerarquizada, estabulada con una concepción del trabajo como esclavitud: da igual el amo, y por eso el dinero y por eso ahí es donde sale la falacia del obrerismo moderno.
Los animales en una sociedad agrícola: España, hasta los ochenta y la modernicificación de la ciudadanía de F. González tan adorada por los Borbones, son animales: los animales en una sociedad agrícola son parte de la vida, del cotidiano y del día a día, están en tu vida como tu padre y los vecinos: en la mía el carro y el burro de mi Tío Vicente son necesarios para yo saber quien soy; como ir con Buscarruidos a coger renacuajos, y a veces caía una serpiente de río y teníamos cierta prevención a los sapos; como sabíamos tratar a los perros, que esencialmente eran de los padres y eran animales de caza, como la caza, el embisque y las vedas y la pesca: la imbricación del hombre en el medio no es una cuestión forzada por normas sajónicas de comportamiento cursi, sino un avatar diario que genera una sociedad que descubre el mundo y pone orden en el catolicismo, los animales forman parte de nuestra vida: cuando moría el burro, mi tío Vicente guardaba su pena, y hasta que no había cumplido yo cuarenta años no tuve la epifanía de que “Sebastián” no había sido un burro sino una sucesión de burros que él nos había ocultado a los chiquillos de la calle: eso, es grandeza. Mi tio Joaquín y el tío Pelegre usaban caballos y en la casa tenían la vaca, como Modesto o El Dorado, el padre de Vergel tenía el perro para la caza, Diodoro salía a labrar tan temprano que más de una noche lo cruzábamos al volver de copas: eso es la vida y los animales formaban parte de ella, no eran un accesorio de moda del cortinglés que obedece a modas, posses (que ahora se llama postureo según el propio postureo) y delirios de grandezas fingidas como todo en las vidas urbanas no es sino fingimiento: escribió Delibes que la gente en los pueblos muere, y en el entierro se le perdonan sus pecados porque los vecinos van; en las ciudades desaparece y nadie muere: dejas de ver a alguien y al tiempo “murió” pero no es un proceso en el cual toda la calle está implicada.
Se dicen ecologistas mientras abonan con sus vidas, palabras y hechos una forma de vida industrial, alienante y degradante que de tan abominable los confunde en una argumentación perversa respecto al hombre y su relación con la tierra: la simbiosis del hombre en la tierra es necesaria para comprender España, y los toros son parte de ello, y los perros y las vacas, las gallinas y las ocas, el matadero y la almazara, la cooperativa y el carro, el sudor y el ángelus.
El asunto individual que subyace en este tema es esencialmente de doble vínculo: no quiero madurar ni que nadie me despierte de mi ensueño pueril de princesita de todos los cuentos, de vencedor de todas las batallas, de novio de todas las chicas y héroe en general, y para ello hago delegación fiduciaria de mi mismo a una imagen pública para creérmelo yo, y me niego a madurar porque no quiero ver la realidad: el miedo domina a la gente, porque madurar implica asumir la vida tal como es, y el haberse asumido a una oleada de propaganda te da crédito social y al menos una postura a la que apuntarse, hasta físicamente: en cualquier playa, hoy, veréis al menos seis pares de tetas exactamente iguales: son capaces de odiarse a sí mismas al punto de cambiarse el aspecto para agradar….y ser como un producto industrial, tetas idénticas, que a los hombres alejan. Subsumidos en la forma social del ser, nunca maduran, porque hay todo un constructo de vacuidad que tan sólo genera ansiedad, y productos de todo tipo para conjurarla: pero nunca enfrentar la verdad, madurar y ver la vida tal cual es, en su dureza, belleza y felicidad, cuando la hay, y la alegría es el trabajo, no alegría a momentos ordenados “toca reírse y pasarlo bien” que acaba siendo borracheras de precepto y estupidez alienante de fin de semana: el hombre es, y la alegría se manifiesta en el trabajo, o al volver cuando uno ha llevado todo el día un soniquete en la cabeza que al llegar a casa lo toca a la guitarra en el corral y nace Paco de Lucía o Moraíto o Amigo; o coge el soniquete y tenemos sonetos, o a Lucano, o a Góngora o García Lorca; y en las matas de los bancales se han solucionado más amores que esas aberraciones de baños de discoteca y apariencia de película porno baja, soez y degradada: y la respuesta siempre es la misma: “no me hagas que vea como soy, que no soy capaz ni de aguantarme a mí mismo” y prefiero encasillarme en fingidos sentimientos y vidas fingidas, que transmito a los hijos: que más son deslices que productos del amor, antes que madurar, asumir la vida y trabajar. Y esa debilidad vacua es la fundamentación de todo miasma para la degradación de España, que lo de la crisis no es un problema de dinero sino de la propia vida, de cada uno de nosotros. Porque hablan con palabras, giros, actitudes y posses aprendidas, y no saben enfrentar problemas nuevos ni ser ellos por sí mismos sino en base a una imagen proyectada en la creencia de que serán lo que imaginan ser y no lo que son: se nota mucho cuando hablan, o escriben algo, la absoluta carencia que certifica lo que ya dijo en el futuro Qui Gon Jinn
La capacidad de hablar no te hace inteligente.
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