En la ciencia ficción y en la fantasía, todos libros de los setenta, hay un componente común que es el poder de la palabra: Las Bene Gesserit de Dune además de mantener una sociedad ginecética de control social, son las que controlan mediante el uso de la palabra las situaciones difíciles: algo que hacían con la palabra manejaba el control mental a su alrededor.
En la Guerra de las galaxias el poder de la orden Jedi con las palabras y gestos controla las actitudes de los demás; En el señor de los anillos, se otorga todo tipo de poder al lengüaje élfico.
En Cien años de soledad, Melquiades mantiene su conocimiento en su secreto idioma: al final de la novela se nos revela que es el sánscrito; Borges dio su vida a la palabra y otorgaba mucho poder a su valor y su uso.
Al principio es el verbo.
Otorgamos a la palabra un gran valor, porque lo tiene: nos hace hombres la capacidad de comunicarnos, y es comprensible que tengamos curiosidad por aquello que nos constituye y organiza; ahora en la sociedad que hemos construido desde hace al menos treinta años se ha ido degradando el lengüaje y su uso, de esa manera, la gente es más temerosa y propensa a ser manipulada, por todas partes, por todo, siempre que sea cosmético y superficial, todo son películas de vampiros y monstruos protohumanoides, pero ninguno de los seguidores de esas películas, incluyendo los góticos, han leído a Lovecraft, ni a Poe: me quedo con la apariencia y los miedos, no quiero el conocimiento o profundizar en los asuntos; vampiros de película moderna, no entrar al asunto de Drácula, que es la inmortalidad del amor y plantearlo como algo monstruoso.
Ahora, hay en España una corriente de estupidez que asocia la lengua al territorio en vez de a las personas, además otorgándole rango mágico metatribal a la lengua y al territorio, como lugares mágicos de cuentos de hadas.
De ese modo se despersonaliza a la gente, son como las patatas, fruto de la tierra, y simplemente ese valor tienen, nada, y así la sociedad lo asume: se degrada el lengüaje, se niega a la persona su condición, y se recrea el absurdo uso del lengüaje con categorías ajenas, e intrínsecamente perversas: se ignora el plural epicénico, se habla de “los hombres y mujeres de….” y se eleva a un territorio con una casualidad idiomática al rango de país élfico donde los elegidos son maravillosos, y los demás, no valen.
Se abunda en esa cuestión, y realmente es ahondar en la bajeza, hasta que se llegue al final, que no hay más. La vida es, no es por oposición: cuando para ser necesita ser por oposición, es que no tiene rango por sí mismo.
Del mismo tema han hablado estos días Rafael y en Compostela.
1 comentario:
Gracias por el enlace. Es verdad, estamos en manos de tahúres.
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