El frío se mide por intensidad y por percepción, no por grados
centígrados ni por mapas de farragosas explicaciones distantes y generalizadas:
para nada sirven; hace mucho frío, y le tengo adjudicada a la estufa un sitio en
mi clínica (escribo en una clínica, si, cada cual es quien quien es y con
ello apechugue) la estufa me la tiene apalabrada Miguel, un vecino de El
Oro que me enseñó a usar la motosierra (que no es poco hacer) y es una
estufa de factor de estación de RENFE, pequeñas, voraces, y eficaces en pueblos
de montaña como el mío: el aire en la estación era de alivio. Una estufa
parecida estaba en el café Voltaire en Zúrich cuando Tristán Tzará apalizaba a
diario al ajedrez a Lenin, que, persistente, todas las tardes iba a ser
humillado por el poeta en su laberinto de ajedrez y dadaísmo; la pregunta de
entonces, como la de ahora, es ¿quien pagaba a Lenin los gastos de cinco
años vagando por Europa? y la respuesta se intuye y pasma, como pasma el
frío. Discurría yo sobre el sitio idóneo para la estufa cuando me ha venido a
las mientes el poema de Borges
Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento
Los factores de estación usaban todos el Roskopf, un reloj
suizo que garantizaba la precisión de los trenes españoles en los cuales
Kropotkin dijo haber descubierto la verdadera nobleza: Kropotkin, el príncipe
anarquista; cosas de esos tiempos extraños que yo estudié, en tiempos, para
vivir tiempos extraños. Borges define el tiempo, la arena, y la situación de los
relojes de hoy día; Borges, que casó a su hermana con Guillermo de
Torre, escritor del cual ahondé la erudición que desarrollé sobre las
literaturas de vanguardia; hay personas que son un libro, como las hay que son
un poema, o una sinfonía, o una pérdida de tiempo, hay personas que son; otras
que parecen, otras que padecen, y yo sin mi estufa aquí, aguardando la estufa
del factor, y viendo el espectáculo de circo que anda montando la plutocracia
para que no veamos el desmán en el cual nos han metido, el tamaño de la estafa,
la sumisión a la que nos han abocado a todo aquello que sea adorar al becerro de
oro: repugnante. Supongo que en una de esas cuitas andaba Tzará cuando
inventaron el Dadaismo, y hace ahora cien años, y seguimos en los mismos
problemas, de dos sectores de la plutocracia industrial y monetaria
enseñoreándose del mundo y subsumiendo en la esclavitud a la gente y se
entregan, por un puñado de euros, por un puñado de dracmas, por un momento de
apacible confort entregan todo al becerro de oro, por las apariencias, por el
que dirán. Si luego Lenin hace genocidios, pues se silba, y adelante, si Rusia
fue destrozada y tardará en recuperarse, pues se silba; todo en nombre de la
modernidad: nada hay más pasado de moda que estar a la moda, nada hay más
fechable y anticuado que la modernidad, que la manipulación y el engaño, y aquí,
todo se ha entregado a los adoradores del sistema que, bien fijan en Bertalanffy
sus métodos, bien se fijan en una tecnología, o en un modo tecnológico de tratar
a las personas; y si no funciona, es que las personas están mal, no el sistema.
Lenin perdía siempre al ajedrez contra Tzará, pero se
consideraba superior, pero siempre perdía: es más fácil mantener a un tonto
engreído que darle instrucción y formación; entre unas y otras, estaban entre
dos guerras pavorosas, y nada importaba porque se aseguraban el mandar a morir a
otros para justificar su propia soberbia y engreimiento.
La fundación del Dadaísmo se celebró con un espectáculo de
cabaret el cinco de febrero de 1916; a raíz de ello, se lanzó el manifiesto
dadaísta, firmado por Apollinaire, Marinetti, Picasso, Kandinski, Modigliani,
Tzará, Ball y Arp; no andaban muy claros con el desinterés abúlico de la
intelectualidad que había sufrido una guerra e iba encaminada a otra: el mundo
se industrializaba por todas partes, y, a favor o en contra, se vieron
reaccionando a esta mecanización absurda y tecnológica de ablación de la persona
en beneficio de un sistema que sólo se justifica en sí mismo.
El desencanto, provenían del desencanto, como Panero, como los
Panero.
Y el mundo tecnológico sigue queriendo ser una unidad total del
planeta, sea por la vía internacionalista del leninismo, sea por la vía
globalizante del mercantilismo protestante, y a cada día se chocan con la
realidad de que la gente se siente pertinente a una zona, a una cultura, a una
música y un arte, por mucho que quieran unificar todo a una única percepción y
dimensión de todo, y por mucho que conozcamos la educación de los demás cada uno
pertenece a lo suyo, que no tenemos la culpa que la culpa es de la tierra
y de ese oro que te sale de los pechos y las trenzas
y se valora lo ajeno, pero cada vez se vuelve más a lo propio:
porque yo soy de la piedra y del agua, del frío y la blandura, y aunque Nueva
York me es propicio, cada quien es de donde es, y ahí es donde la luz nos forma,
conforma, y condiciona; y así vamos ya cien años dándonos contra el muro que el
becerro de oro siempre intenta imponer.
Y ya vienen los idus de marzo: guardaos aquellos que celebráis,
que vienen los idus de marzo cargados de cielos de plomo.