lunes, 3 de febrero de 2014

Setenta veces siete.

Las siete plagas de Egipto fueron diez: tres, fueron acción directa de Dios. Los pecados capitales, eran ocho.

Desapasionadamente y sin la luz de la fe, se reconoce que Los Evangelios son el repositorio del conocimiento acumulado de la humanidad, siglos de evolución que se condensan en La Biblia como acumulación y compendio del conocimiento, comprobado, y certificado por generaciones. De tal modo, conforme avanza la vida, cosas que no comprendía o se me antojaban absurdas, al vigor de la edad comprendo su utilidad; y la necesidad de la liturgia: estas certezas han de enseñarse por precepto, de manera que se transmitan solas, de tal modo que aunque el transmisor no sepa lo que transmite, si halla algo de inteligencia se deposita y aprovecha: la liturgia hace que todos seamos el transmisor al futuro de lo sabido por acumulado, y de tal modo la humanidad avanzó hasta que la soberbia de querer inventar la realidad quiso, no sobrepasar lo aprendido, sino sustituirlo por un nuevo modo: siempre nuevo, siempre moderno, siempre cambiante, siempre fallido y siempre desasosegante.

Religiones de fin de semana de alta infalibilidad.

Ni siquiera el rigor del tiempo, adecuándolo al sistema métrico decimal soporta el trato aberrante dado a la cultura, la condición humana y al mismo tiempo; el disparate más inmediato que ahora sufrimos es una apuesta muy elevada: todo va orientado al amor, y no en grave acepción, sino en su acepción de pareja que se quiere y se cogen de la manito y los peces de colores. Y la manera de atacar al amor de las personas, que engendra la humanidad y la belleza, y el espanto, y el hundimiento, se le ataca desde la promiscuidad, desde la negación de la persona como ser único e irrepetible, conceptuando a un acto mecánico de cotidianeidad, el joder, en lugar de ser algo mágico y único por si mismo y en cada ocasión.

Se empezó conceptualizando el cuerpo de la mujer como objeto, y a más vigor se negaba, más se ha acentuado, de manera que ahora es de uso que la capacidad laboral de una mujer tiene en uno de sus certificados su disponibilidad y por supuesto su apariencia física al servicio de “la causa” de una manera que de tan cotidiana resulta aberrante:  el aceptar la cosificación de la mujer, se lanzó como “es lo natural” y se fundamentó en “todo el mundo lo hace” dos principios de la propaganda de Goebbels, y han funcionado, y de tal modo que con algo vivido todos aberran tal modo de vida, a poco que se indague.

De ese modo joder pasa de ser algo de la intimidad, único e irrepetible, mágico y maravilloso, entre dos personas, a ser un acto mecánico: al mecanizarse deja de ser único, y deja de lado partes importantes, porque nadie se entrega del todo, ni en parte, si sabe que al salir el sol se disipan esas nieblas, y se generan miedos y resquemores, solapamientos y chantajes donde sólo debería haber entrega, aceptación y pasión.

La eterna insatisfacción universalizada. La histeria como ley.

El debate sobre el aborto y la manera obscena de jalearlo desde la clerecía no son sino maneras de aumentar la despersonalización de la persona, no hay ningún interés en la persona o en la condición del ser o en nada de lo que dicen debatir: el único interés es mecanizar y dictaminar las formas y maneras de joder y que sea de manera pública todo el hecho, y que sea lo público quien decida sobre las consecuencias: de lo que hagáis con otro, ha de ser el estado el que os diga hasta donde, de que manera, y hasta que punto, de manera que la conciencia queda fuera del acto, las personas actúan, pero no como actos de su vida sino como un mecanismo social de relación.

Aberrante.

Los ríos están corrompidos, putrefactos, hasta las aguas de los mares se llenan de impudicias, y cada vez son más necesarias sus depuraciones con el coste y el consiguiente mangoneo que conlleva todo esto; no hay ranas en los ríos, ni puedes fiarte de los manantiales, infiltrados de inmundicia: de tanto cuidar la naturaleza bajo el paraguas de conservar el medio ambiente se ha corrompido hasta los cursos de las aguas y su uso racional establecido en siglos de estudio y trabajo: cada vez que en España hay problemas por el desbordamiento de un rio es porque lo que estaba bien hecho se ha modificado en nombre de la codicia y se han causado problemas insondables al futuro por un presente de dinero inmediato y trabajo mal hecho.

El deseo incontrolable, la necesidad de posesión y control de las personas en su forma perversa es controlarlas en su dieta: se decía que los traidores querían envenenar las fuentes, y ahora a los pobres les cortan el acceso al agua corriente.

El deseo incontrolable es la lujuria.

La necesidad de posesión, de absorción y de control en sus más perversas variantes.

Ya apenas se ven ranas ni siquiera en los ríos, los predadores importados, los ríos degradados, han hecho que las ranas sean un animal escaso, y tan mala es su epidemia como su carencia, porque las ranas acaban con los mosquitos y demás insectos.

Pero cada vez más vemos un sistema que quiere ser cada día más estrambótico a fuerza de esnobismo, que no perfeccionamiento, y se justifica así el ansia de comer, de beber, que en tuiter un amigo dijo que “lo importante del gin tonic era el sofrito” viendo lo que le habían puesto en lugar de una rodaja de limón; la cocaína es de uso común, y otras sustancias que embotan a la gente, los excesos de alcohol y drogas son ley y por costumbre asumidos: son la eterna ansiedad, son la gula.

Mosquitos, pulgas, piojos, liendres, ladillas, y demás insectos pululan por todas partes siendo incordiantes como nunca, y no hay manera de acabar con ellos: el haber acabado con la vida agrícola nos ha quitado la capacidad de adecuación a estos bichos y la defensa natural desarrollada a ellos; la capacidad de viajar trae y lleva especies a donde no procede, causando notables fatigas y problemas; y hablo de bichos visibles, no de virus ni bacterias.

La capacidad de viajar ha aumentado la capacidad de comercio, la inmediatez y la codicia hacen el resto, porque la codicia y la avaricia no se detienen ante nada.

A España ha vuelto la lepra, con la psoriasis, y demás afecciones evidentes en la piel; el desmadre de vidas migratorias por años, cuando no por meses, y la soberbia encanallada bajo el manto de la multiculturalidad, ha impedido que se dejara practicar la hospitalidad española: y sin más decoro ni dilación todo ha sido admitido, con sus enfermedades pertinentes que han vuelto a Europa, y que ahora, con el vigor sostenido del hambre va a resultar difícil de erradicar.

Los problemas se solucionan, no se huye de ellos, ni mucho menos se los arrastra y desparrama: y sólo así nos podremos librar de ellos, a nivel personal, social, el que sea. Y que la gente vague libre por el mundo, y podamos ser hospitalarios con todos.

La incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo es la pereza. Se abandonan los problemas en vez de afrontarlos con todas sus consecuencias, se abandonan matrimonios, lugares, personas, hijos, hermanos; se justifica siempre en algo, el mal siempre se justifica; se abandonan las personas a la indolencia con excusas, o al abatimiento por su causa, pero no siguen adelante aunque la vida los quiera echar a un lado: eso es la pereza.

La sublimación que hay a la mascota como signo social, y la militancia acerca de la personalización de los animales al punto de que hay quien les otorga derechos, y rugen como posesos actuando como energúmenos ante lo que consideran (y siempre lo que ellos consideran) maltrato a algún animal.

Esta sublimación es una asimilación al rango social que se quiere adquirir, como si todos pasearan sus perros por central Park en Nueva York en películas de las que ellos son protagonistas; la adoración al animal de la casa empezó con los nazis como sublimación: siempre ha habido en todas las casas un animal preferido, pero hemos abandonado el rigor de una vida agrícola y no vemos animales ni bestias por la calle, y empieza a ser difícil verlos por los montes.

El fanatismo en la defensa de todo animal (que ven, y sólo de lo que ven) Es una actitud pueril, expresada con la soberbia adolescente y fundamentada en la ira.

El avance que supuso en la humanidad la higiene ha sido sublimado a un excesivo higienismo que desbarata al cuerpo y degrada la piel más que cuidarla, y de ahí ha derivado una producción y uso cosmético que llega a la cirugía, la apariencia como sublimación del ser, y detrás, no hay nada.
Uno se ducha al acabar el día, porque el día ha sido sudado de trabajar, y va más que bien, porque de hecho con una vez cada tres días vamos sobrados, que aquí nadie trabaja ya de sol a sol en trabajos ímprobos y sudorosos.

Y este desbarajuste cosmético y de apariencia, lleva a la observación por comparación, y nunca se satisface la propia presencia, la propia apariencia, el propio ser, y siempre se mira a otros que a la vista se ponen, por la propaganda, o la inmediatez, y siempre hay algo que yo tengo “peor que”: la envidia, flaca y amarilla porque muerde y no come, la retrató Quevedo; pero esta sociedad de apariencia genera profusión de envidias.

En un país que tiene temporada de tornados, está en la ruta de los huracanes, y cada año nos asombra con los pavorosos desastres naturales que les pasan, construyen las casas de madera prefabricadas, sin sustancia ni trascendencia, efímeras, y cuyo valor es de mercado y sin valor intrínseco, sin mayor arraigo a la tierra que una maceta; ciudades transportables y rápidamente edificables, como se burla Tintín; claro: a cada circunstancia natural hay un desastre, una conmoción: y en vez de nosotros seguir en nuestra lógica evolución cultural, que da Alhambras y castillos, catedrales y casas solariegas, a imitar el constructivismo industrialista de desapego del hombre, desarraigo y cosificación.

La supremacía del yo y el momento, la inmediatez, lo efímero sobre lo trascendente, es la soberbia.

El octavo pecado capital era la tristeza.

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