martes, 30 de noviembre de 2010

Leyendo los libros sagrados

En sucesión constante eucrónica de epifanías, comprendes la necesidad de la humildad: cuanto daño puedo haber hecho sin saberlo por empecinamiento y soberbia, al fin y al cabo, nada humano me es ajeno, ni siquiera el pecado, que remedio, ni con el pecado se puede ser original. Aciertos habidos, claro, magnificados, resueltos, amplificados, obviados, secretos, íntimos, y de todos los colores; pero en la sucesión comprendes la necesidad de la humildad, que lleva al respeto y a la no intromisión en la vida ajena: juzgar es malo, condenar, peor; el hecho de mirar te condiciona, a ti, que no al objeto observado aunque parezca una contradicción a Heisenberg, y la palabra puede ser más que un arma, el daño, existe. Y aprendes que lo has hecho cuando eres consciente del recibido, que nunca sabes que lo has hecho sino al tiempo de haberte dañado: la  propia vida si es honesta, te lleva a la humildad.

Y además de la firme necesidad de remediar los males hechos, observas también aciertos y errores, propios y ajenos: no concibo una vida social ni una sociedad conforme mandan los cánones ni la corrección política, es una sucesión de personas, momentos y situaciones, lo que acaba por conformar el panorama de la humanidad, que, como todos, empieza y acaba en mí mismo. Y en las condiciones que han conformado la vida. Y en ello ves la necesidad de parar, reflexionar y seguir adelante: la reflexión si es propia e íntima es letal; a menudo el silencio dice cosas que no queremos oír, en rigor el teclado nunca refleja esos silencios, ni dirá lo que no queremos ni siquiera decirnos a nosotros, pero siempre podemos hacer una relación de los elementos del balance.

Estamos en adviento; ando harto aventado con la insulsa estupidez en la que estamos insertos: empezamos la edad adulta en los ochenta, y nos diferenciamos: los mismos que ahora reivindican como propio, eran ajenos y despectivos a lo que llaman la movida; sólo una cosa era lo que unificaba, en rigor: no éramos dogmáticos;  daba igual que estudiaras una cosa u otra, hacías una u otra, y todo nos parecía bien, muy bien: los aburridos son los que se asumieron a la progrez habiente de la gente “más mayor” que eran, esencialmente, aburridos existencialistas que citaban a Sartre, pero sólo una frase: cultos de frases de sobrecillos de azúcar, daban lecciones a todos, amarguras cotidianas, y acabaron tomando los órganos del poder, de arriba abajo: esas amarguras ahora se padecen porque estropearon la creatividad, la política, la universidad y todo aquello en lo que hozaron, porque nunca “son” en el momento, sino que “fueron”: ahora son todos antifranquistas, y estuvieron todos en Paris en Mayo del 68, no sé si antes, durante o después de haber estado exiliados: de hecho, está demostrado científicamente que para la rebelión que debía tapar el ruido de los tanques comunistas asolando Praga tuvieron que ampliar París casi hasta Berlín, de tantos españoles que había.

1 comentario:

Váitovek dijo...

Bueno, es gente que ha captado al revés cúal es el verdadero movimiento del tiempo, a saber: Desde el futuro hacia el pasado. Porque así es como se mueve el tiempo en realidad, y no como nos lo figuramos.La muerte es el pasado y el nacimiento el futuro.Y vamos desde la Muerte al Nacimiento, y ese viaje es la Vida.
Por eso el Adviento nos lleva desde el Sepulcro a la Gruta, y la Puerta de Belén (Belen significa puerta, precisamente)es la Puerta de todos, animales incluidos, donde están grabados nuestros nombres originales.Y una puerta es una Cruz, la Puerta es aquello que se Cruza.
El Adviento nos informa desde siempre de lo que la M Theory de los físicos empieza a barruntar. Y el viento del Adviento, como sabe todo el mundo, "sopla dónde quiere"