Más que por mojigatería, pienso que fue por abstracción, por inmersión en el propio trabajo, por la sensación ajena del mundo cuando estás abstraído: pero estando en París el 14 de julio de 1789, no hay ninguna referencia en la obra de Cabanilles a las algarabías tan jaleadas, tan proclamadas, tan poco conocidas en su verdad: Cabanilles iba a lo que iba, y lo demás, intentaba que no le turbara, pienso; a su trabajo iba, su trabajo hizo.
Todos en un momento dado nos elaboramos una leyenda personal en la cual somos el héroe de una película que nos creemos, porque creemos comprender la vida en su complejidad; si esta leyenda dura más allá de la adolescencia, la propia inmadurez te hace inestable, condiciona a la soberbia: cuantos vemos cada día que han llegado a ser abuelos sin haber sido jamás adultos.
He leído demasiadas tonterías sobre el premio Nobel a Bob Dylan; demasiada soberbia que esconde un epifonema: ha de darse a quien yo considere, porque me considero legitimado para decidir a quien darle o no un premio, o no: si me autodefino como escritor, sabio, historiador o naturalista, me otorgo la ejemplaridad y la certeza sobre todo ese tema: esa actitud condescendiente hacia la realidad viene de la inmadurez, porque la afición a la literatura nos hace historiadores, naturalistas o cualquier otro oficio, pero la literatura es una pasión callada, solitaria, íntima y sola: sea como lector y desde la infancia, sea como autor de textos cuyo valor nunca determinas –mi caso- hasta que ves el valor que otros le dan: y me asombra. Y no valoras los premios, ni las consideraciones ajenas; valoras la primera vez. Hay pasiones que no comparto con los animales, y “la primera vez” para mi es importante: con Marco hablábamos de cuanto nos gustaría que fuera “la primera vez” que descubrí Los tres mosqueteros, La isla del tesoro, El Poeta en Nueva York…. y va pasando el tiempo, y los premios y consideraciones públicas dejan de asombrarte, los ninguneos y desprecios a auténticos maestros te entristecen, las banderías y los halagos entre semejantes acaban diluyendo la verdad de la obra, y en estas épocas donde Twitter y Facebook son vallas publicitarias de personas, ves con tristeza que hay demasiados enrocados en su leyenda personal, en su faz pública, y entristece ver que en lugar de disfrutar del placer de todo arte más se preocupan en hacer ver su –inapelable- opinión sobre todas las cosas.
El hombre cordial es aquel que se deja llevar por el corazón, literalmente; la vida social enfatiza las relaciones personales entre las personas, y esto es lo que hace que sea posible que las personas puedan colaborar en obras regidas por la disciplina y la razón; la teoría del hombre cordial es la base del constructo historiográfico de Sergio Buarque de Holanda, y en cuanto a teoría de sistemas y estudio de la historia me resulta interesante, desde que la conocí.
Y a nadie de los que deploran un premio Nobel a Bob Dylan les he visto valorar la calidad de CHico Buarque, el hijo de Sergio, cuya obra es un paradigma en sí mismo, y de una belleza y cumplimiento estético más allá de una efímera moda: no hago demérito de Dylan, pero me asombra que todos aquellos que se han rasgado las vestiduras (en facebook, claro) no hayan llevado como referencial la obra de CHico Buarque: prodigiosa.
García Márquez declaró públicamente que gustoso renunciaría a toda su obra por haber escrito Pedro Navaja; García Lorca y Machado son, y se saben, deudores del cante popular; y bueno: los Cantares de Gesta parece que nada pintan en la literatura, a lo visto: literatura es lo que ellos definen en cada momento según su concepción adamita de la realidad: las cosas existen a partir del momento en que yo las descubro y las nombro, no asumen que existían antes que ellos.
Una gente otorga un premio: más calidad hay en los que no lo han recibido a lo largo de su historia que en los que sí lo han hecho; el que da el premio, sabe sus criterios y a ellos se atenga, sacralizar algo tan aleatorio como el máximo a alcanzar es negarse a “dar a la caza alcance” y ser mejor respecto a uno mismo a lo largo de toda tu vida; si el afán es la apariencia social, entonces perdemos toda capacidad de calidad y disfrute: al elaborarlo, al leerlo.
En el Concilio de Nicea se estableció como cuestión la pregunta sobre la substancia de Dios. A raíz de ello, hay una enorme y divertida literatura y teología. Cuando los Otomanos cercaron Constantinopla, el mayor de los mareos era discutir sobre el sexo de los ángeles: en vez de mirar su desgracia, miraban a cualquier sitio para no darse cuenta de la realidad inmediata; esto es una discusión bizantina.
Le han dado un premio Nobel a Bob Dylan; ni me gusta más ni menos que antes; la escritora más vendida de España es una que sale en tv en cosas de zafiedad y ordinariez; Se considera del “mundo de la cultura” a cualquier tontaina que sale en vida pública; cualquier ordinariez del signo de los tiempos es jaleada desde el poder como una maravilla, la sublimación de la vulgaridad.
El único organismo que tenemos para nuestra cultura y formación, la Real Academia, no hace más que defraudar, y se ha convertido más en un club social de Madrid (de toda la vida) que en un referencial de la cultura; en su momento, escribí
Nada del arte me resulta ajeno, y más que mirar a prestigios evanescentes me gustaría que España cuidara de los suyos, de los buenos, que son sistemáticamente ignorados.
Hay mucha teología en la obra de García Márquez, que pone en evidencia sublime El Lebrijano; el sistema narrativo de Israel Galván me tiene entusiasmado; la capacidad expresiva de Dorantes y José Quevedo “Bolita” van a dar muchas alegrías a los que en muchas cosas no compartimos pasiones con los animales; más que premios, alharacas y culto a la personalidad: fijo en la obra y su seguimiento mi placer; soy oyente de Dylan desde que le conocí, esto no me opaca otras formas de arte que me encanta gozar; el querer que los premios sean una cosa encajada, fija, lineal y sistemática es mecanizar los caminos de arte, eso, no me interesa; sea el gozo y el placer, y lo demás, todo es vanidad.
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